martes, 26 de abril de 2011

Aquella tarde nos dijimos adiós


Te sentaste despacio en una destartalada silla que llevaba siglos esperándote. La vida se te escapaba rápidamente, pensaste, los días pasaban como monótonos desfiles de esqueletos.
Sabías, como el prisionero en el corredor de la muerte, que ésta llegaría pronto. No valía la pena correr para esconderse. Sabías que la parca nunca se equivoca de puerta, y la tuya ya estaba entreabierta, esperándola.
Creo que nunca viste los colores tan brillantes como aquella tarde, el verde de las hojas caprichosas de la higuera parecían fluorescentes, los destellos del abigarrado sol tenían una rotunda fuerza, tanto, que notabas como se introducían bajo tu piel, como recorrían tus venas y te aceleraban el corazón.
No era una tarde cualquiera, era esa tarde; la que elegiste para ordenar los pensamientos que desde hacía tanto te atormentaban, la tarde en la que aceptaste tu final.
Con determinación volviste a mirar a la higuera, a sus frutos suicidas desparramados en el suelo, inhalaste con desesperación, a bocanadas, todo el aire del que fuiste capaz. Acariciaste tu piel, absorbiendo la calina que desprendía.
Durante un largo minuto cerraste los ojos, imaginando cómo sería no ser, no existir y una inmensa calma se apoderó de ti.
Durante ese largo minuto, escruté tu rostro, como si fuese la primera que te veía, me descubrí observándote atentamente, en sigilo, sorprendiéndome de la belleza de tus facciones.
En silencio recorrí tus carnosos labios, tus generosas pestañas, tus angulosas mejillas y tu tez color aceituno. Me fijé en tus manos, en su gran tamaño y cuando abriste los ojos, los míos se clavaron en el verde grisáceo de los tuyos.
Notaste que no dejaba de mirarte, entonces me sonreíste, con esa risa burlona que dedicabas a las cosas que amabas, entre las que estaba yo, y presentiste que sabía lo que tú sabías, que tus pensamientos eran también míos, que me asolaba esa sensación de vacío que te habitaba.
Sin decirnos nada, no dijimos adiós aquella tarde soleada de verano, cuajada de brevas en precipicio y de sol, cuajada de recuerdos luminiscentes que aún todavía destellan en mi memoria.



Virtudes Montoro López © 2011