martes, 8 de junio de 2010

UN PRESO




FASE I

Nosotros somos personas que por un motivo u otro, hemos perdido la libertad.

Es penoso mirar desde unos barrotes. Piensas e imaginas todo lo que hemos perdido.

Prometemos que no vamos a volver a desafiar al destino, mientras que ni nosotros mismos nos lo creemos, aunque esta promesa vive con nosotros día a día.

Criticamos a los de fuera, que en realidad son los que saben vivir. Nos decimos que sufrimos, ¿pero y las madres?

Nos adaptamos a la sociedad desde aquí, en cambio nuestras madres no se adaptan a la soledad de un plato vacio, de un cuarto oscuro, de unos zapatos llenos de polvo… ¡y decimos qué sufrimos!

Somos ignorantes hasta para ver la realidad de la soledad. Queremos solucionar los problemas de a fuera con tontas palabras que hasta los niños las evitan.

Entre llaves y cerrojos nos encontramos día y noche, aprendiendo a descifrar con la mirada, ¡sí, con una simple mirada! que aquél o aquellos toma o trae.

Qué duro es vivir veinticuatro horas al día en tensión, no llegamos a encontrar la paz interior.

Nos superamos con arrogancias, qué son el motivo por el que estamos aquí, mientras nos hacemos un mundo de mentira y falsedad.

Uno ve cosas que pone en evidencia un régimen tan duro como es la palabra “prisión”. Tantos millones de pesetas perdidos, ¿para qué?, si entramos y y volvemos a entrar.

Yo personalmente, me sitúo en cualquier pensamiento de una persona de “fuera”: ¿qué es lo que tienen estos sitios que vuelven?

Le echamos la culpa a la sociedad y a las drogas. Mentira, nosotros mismos somos los culpables, que no hemos aprendido la lección de la vida, una vida llena de obstáculos y barreras, que nosotros hemos evitado haciendo trampas. Cómo ley de vida qué es, las trampas se pagan.

Nos creemos que estamos en la cima del universo, y en realidad estamos por debajo de lo más bajo. Cuando nos queremos dar cuenta, nos están llamando para comunicar con nuestras familias, y nos dicen éstas, ¿hasta cuándo?

Y volvemos a las fantasías de nuestro pequeño mundo. Vemos a las madres con lágrimas en los ojos, el mundo se nos viene encima, y nos juramos no volver más. Pero en cuanto nos abren la última puerta que da a la primera libertad, se nos olvidan esas lágrimas, esas puertas, esos chabolos, esos días de de tensión, nuestro sufrimiento, todo lo malo que hay en estos lugares.

Pienso en todos los años que me he tirado entre cuatro muros, en los largos paseos en los que no he ido a ninguna parte, en todos los recuentos en los que he pasado de ser un número a una larga cifra, y de ésta a un toque de sirena que nos informa que estamos los que estamos y somos lo que somos.

He aprendido a ser oportunista, a ser víctima o a ser malo. Pienso en la cruz que llevamos a la espalda, la que llevó Jesús, y me digo si no es peor llevar la cruz de la sociedad a cuestas.

La cruz que te señala con el dedo, de ese que te da la espalda, del que te habla con miedo.

Somos personas iguales a las de ahí afuera, o ¿a caso tenemos tres ojos o cuatro piernas? Yo pienso que no, entonces por qué esa cruz, ¿por qué nos hemos equivocado a la hora de escoger un camino?, o, a caso, ¿es verdad que somos unos monstruos?

La verdad la tenéis los que estáis ahí afuera.

Tenemos que aprender a ser personas, a no guiarnos por el pasado o por los hechos, o tal vez sois perfectos, no.

Pienso que toda persona ha tropezado alguna vez con la misma piedra con la que he tropezado yo.

La historia es el día a día de la vida, que te enseña a ver las cosas de la manera que a cada cual más le conviene, sea para bueno o para malo.

Todos somos iguales, ¿por qué nosotros, los hombres y mujeres tenemos que ver esas diferencias, blancos, negros, buenos, malos, joder somos personas y como tal cometemos errores, o, ¿soy yo el único que ha cometido un error? Creo que no.

Entonces, por qué esta marginación, y volvemos a empezar de cero; mi conclusión es que todos somos iguales.

Ahora que veo mi libertad tan cerca, tengo que pensar en que la vida sigue, que el camino se hace más corto cuanto más largo es, que no puedo tropezar otra vez con la misma piedra. La vida continua, este yo aquí o esté allí.

Lo que si estoy seguro es que mi vida está ahí, sí, afuera, con los míos, con los que día tras día me han apoyado y no me han dado la espalda.

No puedo prometer nada, ya me he fallado a mi mismo muchas veces, y tan solo estoy seguro en esta vida de una cosa: QUE LA MUERTE ESTÁ TAN SEGURA DE SU VICTORIA QUE TE DA LA VIDA DE VENTAJA.

Un preso más.



Emilio Montoro López 29 de Marzo de 1997

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