Más adentro del viento, del río y de la lluvia guardo
tu voz amada de sol y lengua tibia. Mi tacto y amor
en este mundo nuestro.
M.A. Migliarini
Te veo indómito, radiante, envuelto en esa valentía que hervías en una cuchara.
¡Cómo discrepa esa falacia valiente con
el dulce color marrón de tus ojos!
Te veo, frente al espejo, mirándote,
acicalándote, peinándote con tanto esmero, con tanto cuidado, que parecías un
artista a punto de salir al escenario.
Sí,
supongo que la vida para ti era un espectáculo, una dura prueba que sorteabas
cada día.
Esa imagen tuya, frente al espejo se me
repite una y otra vez, y no sabría decirte porqué, pero lo cierto es que creo
que en ese mismo momento, mientras te atusabas el pelo, y yo no dejaba de
mirarte, ahí mismo, decidiste acabar con todo, y esa sonrisa nerviosa, esa sonrisa
desdibujada que sólo yo capté, ese tic fugaz, te delató. Ahí comprendí que decidiste arrasarte.
Y sentí como dabas por pérdida la
batalla que durante diez años llevabas luchando contra ti mismo.
Ahí
estaba yo, en un plano espacio-temporal perpetuo, observando esa sonrisa que te dedicaste a ti mismo, esa sonrisa mortal, mientras te asombrabas del atisbo de inocencia que
aún conservabas, de la bondad que nunca perdiste y de la profundidad de tu
alma.
Recuerdo muchos momentos, nuestros, de
los dos, y se me aferra a los huesos el respeto que sentía por ti, incluso el
miedo que podías infundir, el halo de solemnidad que te rodeaba. Y es que eras
demasiado perfeccionista, y cómo no, también lo fuiste
para tu propio fin, ese que empezaste a confeccionar diez años atrás, con
tan sólo catorce.
Eras
un ser apasionado, espiritual, introspectivo, tímido, silencioso, pero en
desequilibro.
Sé
que fuiste una versión masculina mía, por eso te intuía con tanta facilidad,
por eso podía oírte aunque no hablaras. Y, créeme, sé cuánto sufriste, cuánta amargura
disimulabas y cuánto dolor te llevaste contigo.
Me pediste perdón, perdón porque tu vida
afectara tanto a la mía, pero en ese momento no logré entenderte, era muy
pequeña y aún no había conectado con el mundo a través de los silencios, de las
miradas. Tú te diste cuenta, pero no obstante me lo pediste, para que veintiséis
años después pudiera perdonarte.
Guardo tu voz, la nuestra, cantando,
riéndonos, tocando la guitarra. Una voz de niña y una voz de un joven, que cantan afinando hasta casi romperse
las cuerdas vocales. Guardo tu voz, y en todo este tiempo sólo he podido escucharte una
vez, en una entrevista que te hicieron desde la radio. Y te guardo, aunque
hasta ahora no haya podido escribir nada de ti, tú que fuiste el primero en
leer las primeras poesías que hice a los ocho años, tú que me hacías sentir
tanto orgullo, Y nunca he podido escribir sobre ti, quizá
porque sea lo mismo que escribir sobre mi.
Acabo esta carta, como una más de las muchas que
compartimos, a las que guardo en
la misma caja donde está tu voz, junto a algunos de los regalos que me hiciste ( un puzzle, un reloj de niña azul digital), y también algunas de tus cosas, como el pequeño ambientador verde que acompañaba a tus llaves. Te decía, acabo esta carta, como acababa las otras que
te escribí hace ya tanto, diciéndote, que te echo de menos, que te quiero, y
que me siento muy sola sin ti. Y añado, hoy sé que sería mejor persona si estuvieras a mi lado, que sería más completa, y sé, que cantaríamos juntos, llenado cajas y cajas con nuestras voces, con nuestras risas, con nuestras vidas.
Virtudes Montoro López © 2011
Este canto a la ausencia es un monumento a la presencia.
ResponderEliminarBs.
Gracias Sarco, por tu generosa presencia. Besos
ResponderEliminarEs lindo y no cae en la ñoñería incluso teniendo un punto y final que no deja más palabras a la historia-carta. Es también un ejercicio de humildad. Y es también una cura. Escribes muy bien, Virtu. Un beso
ResponderEliminarAlberto, tus palabras se me hacen inmensas de significado, viniendo de ti, ya que cada vez que me sumergo en tus relatos, me haces sentir que estoy leyendo algo tremendo, histórico, transgresor al mismo tiempo. Algo distinto a todo lo demás que haya leido. Muchas, muchas gracias.
EliminarGracias a ti, por favor. Eres muy linda :)
ResponderEliminarYo no sé pedir perdón así. Y tengo el cajón de la mesa lleno de cartas sin enviar.Sin escribir. Palabras sueltas como cabos desanudados.
ResponderEliminarEncantada,
Lu.
Lu, muchas gracias por estar aquí.
EliminarLo cierto es que pidió perdón una por una, a todas las personas que él consideró que hirió. No existen muchas personas como él, más bien, creo que ninguna.
Besos Lu