“El vaho se condesa en tus labios sin dirección precisa, mientras la escarcha se deshilacha entre tus dientes, simulando una sonrisa lacónica que nadie observa pero que yo no puedo dejar de mirar, fascinándome en la impenetrable curiosidad que dedicas a cada cosa.
Descuidados, yo cuesta arriba, tú cuesta abajo, somos dos desconocidos que cruzan el paso por una calle empedrada, majestuosa, que nos revela la imagen de nuestra desgranada urbe incendiada en diminutas luces.
Impresionados por la instantánea que posa ante nuestros ojos, detenemos el paso, y sin pretenderlo, uno junto al otro observamos en silencio el asfalto incendiado que resurge helado y febril.”
“Tú, cuesta arriba, detienes el paso para contemplar la anaranjada ciudad que desde abajo veía; curiosamente en el mismo instante en el que lo hago yo. Tu esponjosa bufanda solo deja visible unos acanelados ojos: ávidos y curiosos.
Formamos parte de la estampa, sí, un poco atípica, enmarcados en una tarde de diciembre, con la calina pegada a los huesos, afanados a nuestros abrigos de argonautas urbanos, como si saliéramos al universo, inmóviles y sedientos de compañía.
No puedo dejar de preguntarme qué haces aquí, qué estoy haciendo yo y, por qué siento que toda mi vida he estado esperando este momento. Nuestros cuerpos se estremecen no sé, si por la baja temperatura o por la cercanía que presentimos. Exhalo una bocanada de humo que se entremezcla con el frío y que se convierte en una inmensa nube tóxica”
“El humo de tu cigarrillo lo cubre todo en opaca transparencia. Me siento más cercana a alguien de lo que nunca antes he sentido; aquí anclados en el pasado, en vestigios de restos moriscos, en empedernida ascensión, viendo desfilar el pasar de la tarde. Mutilados en silencio nos decimos tantas cosas.
Somos dos figuras inertes, en aparente equilibrio, respirando un vaho que se convertirá en señuelo. Sabemos que nuestras vidas penden en desequilibro pero nos encontramos, por un instante, en el momento justo.
Finjo absorberme con las líneas de tejados crepusculares, cuando no dejo de pensar en ti y de mirar como te llevas el cigarrillo a los labios en minuciosa candencia. Entonces imagino cómo serás, qué harás, en qué pensarás.”
Sus miradas se cruzaron, tardaron un poco más de lo esperado en volver la vista hacia las luces de la ciudad, más de que se esperaba de dos simples desconocidos que tropiezan con los ojos de otro. Fue una mirada cómplice, serena, buscada y esperada.
Yo pasaba por allí, quizá, como ellos, adentrándome en las entrañas de un rincón urbano, en una tarde de domingo, solo.
Desde que bajaba por la cuesta los había estado observado, en un principio pensé que eran pareja, pero había demasiada distancia entre ambos, y además pasaban demasiado tiempo en silencio.
Ella tenía una bufanda peluda que le tapaba la boca, pero intuí que sonrió cuando ambos se miraron pausadamente. Él dejo caer al suelo un cigarrillo encendido por la mitad.
De nuevo, como hipnotizados se giraron, ella se destapo la boca y justo cuando pasaba por su lado, escuché como le pedía un cigarrillo. Ella ahora le sonrió ampliamente, y él se acercó para darle fuego.
Se atravesaron el iris mismo, cómplices en el vaho que compartían.
Bajé despacio, pensando en ellos, y sintiéndome más solo que nunca, buscando como ellos a alguien que rozara también mi vida.
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Virtudes Montoro López © 2010
Qué bonito!!! Me gusta mucho. Un beso muy fuerte. Mariángeles
ResponderEliminarSolo falta ponerle música. Que preciosa envidia te tenemos. Gracias miles. Besos
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