miércoles, 22 de febrero de 2012

Deteniendo el mundo


He detenido muchas veces el mundo, siempre con él. Y es entonces cuando todo se paraliza, en esos momentos de confesiones sin dobleces, en esos momentos en los que al hablar con el otro te hablas a ti mismo, cuando realmente todo adquiere significado. Como si de repente, realmente pudieras ver y comprender lo que nunca entendiste, lo que nunca viste.

En los silencios que compartí con él en ese mundo inmóvil, como en las eternas conversaciones que se prolongaban toda la noche, me conocí y lo conocí, y nos conmovimos al sentirnos uno.

Cuando el mundo se detiene con otra persona, el tiempo y el espacio desaparece, el lenguaje adquiere su condición metalingüística, y las palabras se tornan innecesarias porque no hace falta pronunciarlas. Conoces perfectamente lo que el otro va a decir simplemente porque sería lo que tú dirías.

Cuando el mundo se detiene con una persona especial, como él, se pasa de la carcajada al llanto en tan sólo segundos, se llora a la vez que se ríe, se habla de lo etéreo, del miedo, del futuro, pero sobre todo del pasado. Del presente nunca se habla, no se puede; no existe en esa parálisis gravitatoria.

Hablamos de la muerte, de la vida antes de la vida, de quién no somos, hablamos con y desde nuestra fragilidad, desde lo más profundo, desde el mismo útero que compartimos.

Hace muchos años él regreso a la nada y, lamentablemente, el mundo sigue girando y girando para mí.


Virtudes Montoro López © 2011