viernes, 30 de abril de 2010

PAISAJE SUBLUNAR


La menguada oscilaba en el devenir platónico
de hojalatas reflejadas en soportales lunáticos
de rastrojos a la deriva, nocturno grajo revestido
ensilla ráfagas plateadas, ralladuras en el cielo.

La mordedura de lo incierto me magulla, el desconcierto
de lo apagado, el susurro del silencio rociado en gotas
como torcedura se me retuerce y me agita por dentro

Solemnidad del paisaje sublunar a deshoras
manto calmo en nidos inertes y templados
donde apaciguamos la insondable expansión de contrastes


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Virtudes Montoro López © 2010

miércoles, 28 de abril de 2010

Del pasar y sus cosas




Escudriñando vidas ajenas dejadas a su antojo

rastreé la insondable fugacidad del momento:

Opacidad en el borde de la foto

de escaparates quietos y vívidos escenarios


Musitando en medio, tú deambulabas

sin acertijo fijo,sin acertada calle

Curvada, cabizbaja, soñolienta, apaciguada

te introduces en la cotidianidad de las cosas


Las contrastes desafinadas musicalidades

y los rítmicos pasos al unísono

enfocan una postal, que ansioso espero me regales

envuelta en celofán amarillo.


Acrílicos metálicos de miradas sumergidas

vagabundean,como la tuya,en medio de este fluir

sorteando días, rutina y casquillos de otras vidas

Se transmuta la instantánea, que se graba en mi retina


Del pasar y sus cosas,

de los haces y fugaces destellos

que se clavan en mi lente carnosa

y en mi negativo para siempre



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Virtudes Montoro López © 2010

martes, 27 de abril de 2010

A un escritor.




Es un arrepentido de la vida, pliega un inmenso pesimismo como vela, casi siempre está en mar abierto, anclado al mascarón de su segura soledad.

Es un perpetuo desarraigado, casi siempre despeinado, anda deprisa y lento, inhalando todo el salitre que atesta sus pulmones.

Sus ojos son voraces faros, nunca los cierra, escrudiñan vidas ajenas y la suya propia, revuelta como almendraba enredada en su inconsciente semiestructurado.

Despliega su cuadratura perfecta en un hueco tan cerrado, que imagina colores que no ve, como el verde de un amanecer y el rojo del cielo.

Pocas veces se expande, casi nunca, su silencio tumultuoso le es ajeno, usa mitones cuando escribe y lleva una envoltura térmica para protegerse de la vida.

Es un escritor, es, Antonio M. Agea.


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Virtudes Montoro López © 2010


lunes, 26 de abril de 2010

¡Me liberé!, no


Se ha obstinado conmigo, me había redimido, y presa

En su ademán seísmo me lleva en volandas agitada

Se me aferra a los dientes en saliva pastosa y me seca

Erupción volcánica en la que ardo en quietud.



Es una sensación móvil y yerta en llamas

Qué me arrastra como confeti endemoniado

Me sumerge de nuevo en mi vida errada

En un sigiloso y crujido carnal



Me ha arpado, de improviso:

Fiera que acecha su manjar

En sus entrañas: Oscuro y sosiego, habito

Me ha volcado, derribado y engullido


Pero no se está tan mal....



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Virtudes Montoro López © 2010

sábado, 24 de abril de 2010

En medio de nuestra ciudad




A veces me veo andando entre cemento
y pienso que estás ocupado en mi
mientras escribes en tu pizarra argumentos
y tus pupilos buscan telarañas ajenas a ti

Imagino que me ves solitaria
paseando descuidada en medio de una guerra civil
entre una caballería de soldados imaginaria
enfilados, creo que me descubres, al fin.

Imagino que me dedicas esas miradas
que pasean vagas en nuestra ciudad hostil
que ves como me elevo enmascarada
(en un mundo demasiado complejo
demasiado mercantilizado y espeso)
sobrevolando esa multitud servil
que nos aleja y nos aparta
a ti
y
a mi.


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Virtudes Montoro López © 2010

jueves, 22 de abril de 2010

¿Me liberé?


Te creí perdido y sentí alivio
Me liberé del mascarón en el que duermo
Me fundí con la almohada sin atino
Creyéndome que es cierto lo que siento


Me creí que volvía en mí
Que resucitaba mi anhelo muerto
de sentir que no habito en ti
Cuando no sé dónde te encuentro

Me elevé y me sumergí
victima de mi mismo entuerto
Acaricié la frugal compasión vil
que duró solo un sueño.

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Virtudes Montoro López © 2010

martes, 20 de abril de 2010




Te tuve entre mis dedos
sosteniéndote,

aguantando tu peso


Te tuve antes de que aparecieras
entre mis pensamientos
imaginando tu no existencia

Te sostuve y te miré
cuando te abriste
en mí
Escuché de nuevo tus latidos
no amortiguados

Te descubrí al instante
tú también a mí
tus ojos abiertos al mundo
con ansias
Yo temblaba

Te conocí antes de tenerte
Te amé antes de soñarte
Te esperaba y me esperabas
Ya sé por qué nací
Para ti


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Virtudes Montoro López © 2010

lunes, 19 de abril de 2010

Viriles y crueles semblantes


Genuina se entremezcla los fulgores
de tantos rostros que crearon el tuyo,
de tantos otros que vieron siglos distintos
y que se despojaron de su linaje
vertiéndolo en la siembra del tuyo.

Perfil transmutado en épocas remotas
donde hombres como tú,
de piel lechosa y terca mirada,
sois ilegítimos de la tierra
que os desmembró,
cálculo exacto de tus huellas pasadas,
vástagos de dureza extrema
y frío, ¿viril?.

En el siglo ventiuno
con la deuda de sangre todavía,
con los mapas de otras generaciones
persigues la demarcación señalada,
el punto de inflexión fósil
donde calcinas huesos desprotegidos.

Y sigues caminado en el siglo veintiuno
con una deuda demasiado espesa...

¡Si revistes tu espejo
en seda femínea transparencia
si te resistes a la fatal herencia,
si dejarás de posar para remotas estampas,
si dejarás de inventar que eres superior!
entonces,
hablaríamos
tú y yo.


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Virtudes Montoro López © 2010

domingo, 18 de abril de 2010

OPOSITANDO


¿Para qué?

No lo sé

Quizás para ver el amanecer

Para que me dejen de querer

Para vivir

¿Para vivir?

Sí, viviendo en mí

¿En ti?

No en mí

En mí, eso,

Ya está James Joyce otra vez

Mis pensamientos hablan con él

¿Qué piensas?

En él,

¿En Leopold Blum?

No en Stephen Delalus,

¿Sí?

Bueno, en los dos

¿No estabas opositando para vivir viviendo?

Ahora ya no,

¡Qué!

Para soñar que sueño

¿Con qué?

Con los sueños, ¿no?

Me voy a elevar

¿Te cansé?

No yo también pienso en él…


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Virtudes Montoro López © 2010

sábado, 17 de abril de 2010

EL MEJOR REGALO DE NAVIDAD: ALEJANDRO MONTORO OSUNA


El agudo sonido del timbre me sobresaltó. No era ni un día ni una hora habitual para esperar visitas. Toda mi familia estaba reunida en torno a la mesa del comedor. Esa era nuestra costumbre de la Nochebuena. Cada uno de nosotros ponía algo para que la cena y la noche fueran perfectas. Me levanté, pidiendo disculpas, de la mesa, y recorrí el lúgubre pasillo del piso de mis abuelos en dirección a la puerta. Durante el recorrido, fui pensando quién podría ser el que había llamado al timbre. Supuse varias opciones. Una vecina pidiendo algo de sal o algún requisito de ultima hora, niños pidiendo el aguinaldo, alguien que querría vender algo, algún familiar que se equivocaba de piso…Antes de llegar, me mire en el empañado espejo que desde siempre había colgado junto a la foto de mi difunta abuela en el recibidor. Tenía buen aspecto. Me había arreglado, cosa que no solía hacer. Me había puesto el traje de las ocasiones importantes, me había peinado y llevaba la corbata más elegante que encontré en el armario de mi padre. Me aclaré la garganta y, sin mirar por la mirilla, abrí de sopetón la puerta. De repente, la sangre huyó de mi rostro. Las piernas me empezaron a flaquear, todo el estómago se me revolvió y noté como el corazón dejaba de latir. Delante de mis atónitos ojos, inmóvil en el arco de la puerta se hallaba Sara. Estaba temblando, al igual que yo. Tenía el labio bañado en sangre. Un profundo corte se dejaba ver tras la manga de su chaqueta. Estaba despeinada, con numerosas marcas de golpes en la cara. En sus manos, manchadas de sangre seca junto con la mayoría de sus uñas rotas, llevaba jirones de lo que había sido una camiseta. Sin mediar palabra, me acerqué a ella y la abracé. Estaba fría como el mármol, y nada más entrar en contacto con mis brazos se echó a llorar. Lo intentaba disimular, pero la conocía demasiado como para creer esa pequeña farsa. Entre balbuceos, la escuchaba decir, hablando con el corazón en vez de con la boca, que lo sentía. Sin mover su cabeza, recostada sobre mi pecho, la resguardé en el recibidor y cerré la puerta. Una vez que me hube inventado una excusa con la que, a voces desde el final del pasillo, conseguí distraer a mi madre le robé unos minutos al tiempo y me senté con ella. No mediaba palabra, aunque en cierto modo no hacía falta. El silencio era muy amargo y para intentar arreglar algo, la metí a hurtadillas en el cuarto de baño. Calenté varias toallas con agua caliente y preparé la bañera. Poco a poco, con ayuda del botiquín para urgencias de mi tía, fui curando sus heridas. Con delicadeza, le limpié la sangre de la boca, le puse varias tiritas que funcionaban como puntos de sutura en los numerosos cortes. Le lavé la cara y las manos. Cuando más o menos estuvo lista, la desnudé de la misma manera que un padre desnuda a su hija. Puse toda la ropa sucia en el lavabo y la ayudé a meterse en la bañera. Después la sequé con la toalla mas decente que tenía y con algo de ropa que había cogido del cuarto de mi hermana, que más o menos tenía su misma talla y una camiseta mía, la volví a vestir. La abracé de nuevo. Esta vez pude sentir ya el calor de su cuerpo. Conseguí que hilvanara más de dos palabras seguidas. Mi padre otra vez, consiguió articular.Otra vez la historia de siempre, aunque ahora la taza acabó por derramarse. Su padre, había vuelto bebido a casa. Le había pegado a su madre, y en su vano intento por salvarla, le había pegado a ella también. El mundo se me cayó al suelo. Solo mirar la expresión de esos ojos de los que un día me enamoré, llenos de horror, angustia y desesperación, mi alma se rompía a cachos. Traté de consolarla. Hice que llamara otra vez al timbre, la hice pasar como si yo la hubiera invitado a cenar aquella noche. La presenté ante toda mi familia y le serví un plato lleno de comida. Trataba de ocultar su tristeza. Con la mirada algo perdida, probó un poco del plato que tenía delante. Sé que lo hacía solo por complacerme, ya que su apetito era inexistente. La cena tuvo algo de efecto, y un leve color sonrosado volvió a sus mejillas. Cuando hubimos terminado, les dije a todos que me iba con ella a dar un paseo, y salí de aquella casa. El frío y la humedad se respiraban en la calle, a pesar de que íbamos abrigados al máximo. Ella no preguntó a donde íbamos, pero yo simplemente le dije: “Te voy a hacer el regalo más bonito del mundo”. El tiempo parecía haberse congelado, y recorrimos durante un interminable periodo todas las calles y callejuelas del centro. La llevaba agarrada de la mano. No sé la razón, pero de vez en cuando notaba toda la vida y la juventud perdida que emanaba de su ser. Amparados por un bulevar de árboles sin hojas, que parecían observarnos desde su infinita paciencia, la llevé al punto más alto de la ciudad. Llegamos al sitio que tenía en mente. Era un mirador precioso. El manto de hojas secas, muertas, que crujían a nuestro paso, le daba a todo este sito un toque romántico. La fuente central, con la figura de un ángel con las alas desplegadas parecía darme la bienvenida a aquel paraje sacado de la rutina y de la prisa que envolvía al mundo moderno. Me senté en un banco justo enfrente de aquella fuente. Se veía toda la ciudad, levemente iluminada, como si el cielo fuera un gran techo del que colgaban lámparas estrelladas que rociaban a los edificios con su luz. A lo lejos se vislumbraba la Alhambra, en la que tras sus muros se podía respirar el alma de vidas pasadas. La luna, más bonita que nunca, presidía su trono central en el reino de la noche. La magia y la fantasía se mezclaban en perfecta armonía. Allí, inmunes al tiempo y a la vida, estábamos los dos abrazados, sentados el uno junto al otro. La miré a los ojos y le dije: “Aquí está mi regalo. Mi vida entera para ti, la tuya para mí, de la que juro que haré una existencia tan maravillosa como la de este lugar”. Una chispa de vida y de alegría se encendió en sus ojos. No hizo falta nada más. Agarrados de las manos, la besé con pasión. Fue un beso eterno, dulce. Sentí que no le podía pedir nada más a nadie. Las Navidades de aquel año las recordaré siempre.


ALEJANDRO MONTORO OSUNA


viernes, 16 de abril de 2010

A ti, cuando no miras


En la claridad de tus dientes

adivino tu risa, amansa mi calma

me vuelvo sumisa.

Huecos imperfectos de delicada armonía

donde se filtra tu esencia y la mía.


Eres calmo, presuroso por adelantar un beso

que te asoma por la desaliñada comisura.

Frágil te me presentas, como un niño

que ansía con fetal hambre una caricia.


Te observo cuando no miras, a escondidas,

para reconciliarme contigo y conmigo,

para aprender a amarte sin ira,

y perdonarte y perdonarme, a solas.


En los campos que siembras y que espesan

al abrigo te tus mimos, te miro.

Con quietud y soslayo agujereas la tierra

y me dedicas de nuevo tu risa siempre

tan imprevista y fácil.


La curtida piel descastada en abrasadoras brumas,

las heridas abiertas de los años en tu rostro;

te dedico mis ojos mientras amansas frutos vespertinos.

Transplantas tus recuerdos en los míos, siempre alertas,

me he enredado en tu memoria dormida

he existido tu existencia.


Me he adormecido contigo a la sombra del árbol sin sombra,

en tus manos resueltas,

ambas,

tierra y yo;

simientes tuyas

trastocadas arenas...


Te miro y me reflejas mi propia imagen,

ésa que tanto busco en ninguna parte.



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Virtudes Montoro López © 2010

miércoles, 14 de abril de 2010

La cerveza habla en boca de mujer


Desnudé todo lo que soy,
todo lo que fui y lo que soñé ser.

Me emancipé contigo,
libre, cómplice, sin obstáculos.
Me despeiné en tus dedos,
bebí la libertad en tus versos...

Me regalaste ansias, inquetud, solemnidad,
me regalaste
instantes de compartida soledad,
palabras esperadas,
orden, caos, desorientación,
fotográfica visión ...

Te di un trozo tan grande
de mí;
ahora solo queda la nada.


Me perdí,
me rescaté,
me encontré;
vacía,

rancia,
vetusta,
lejana
me encontré,
al fin.

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Virtudes Montoro López © 2010

martes, 13 de abril de 2010

Ascua enrarecida y orate


Torbellino descalabro de arrítmicas trampas,
me despojo del pellejo que habito,
fulminante destello en el iris mismo
atraviesa la fina capa de la cordura.

Desvanece la sombra de la duda

y todo lo que hasta ese momento he sido.
Habito otros mundos sin puertas ni ventanas
de par en par a la cristalina y distorsionada imagen
que me devuelve.

Ensordece la membrana cautelosa de los sentidos,
me quiebro en un segundo mismo,
en medios de mundos que no me pertenecen
y que me tejen una capa de miserias,
las mismas que cubren mi desidia
revistiendo la levedad que me sustenta.

No hay reflejo inmutable ni apiadado,
ni herrumbres que desvanezvan este agrio
sabor que me acompaña.

No hay calor cercano que derrumbe
las tapias
cristalinas que me deforman.
No hay un recuerdo que atice tu seblante
acaso.

Solo soy ascua sin rumbo
en fraguas enrarecidas y orates.

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Virtudes Montoro López © 2010

lunes, 12 de abril de 2010

Techumbres de paja y barro


Filas de estáticos como yo, andamos confinados
en otro trozo de suelo, resbaladizo y de segunda mano.
Cerca de la masificación devoradora de suelos metálicos
resurgimos como techumbre de paja y barro.

Trapecistas deambulantes refugiados "al otro lado",
donde no crecen bosques artificiales ni tropeles de escaparates.
Contrapunto conformista de inestables azoteas,
de acequias que como lagos de culebras reverdean.
Conjurares reos apostados en las inhabilitadas cunetas
bordeando el fin mismo de nuestra ignorada existencia.
Nuestros rostros macilentos encanjan la dureza;
deformes insalubres cenizas, aldabas del medievo.
Soterradas risas pueriles bajo la escarcha y la chatarra;
fangal de desperdicios que giran en un coro de manos.

Voy despertando, la húmeda calina se mete en mis huesos,
las luces de neón se ven a lo lejos,
parpadean hasta que cesan.
Táctil desmigajada resucita mi enlodada ciudad inerte
comandada por despeinados como yo, que siempre
¿estaremos anclados al mástil de la derrota?


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Virtudes Montoro López © 2010

viernes, 9 de abril de 2010

Fragmento de la inacabada " El Indescriptible olor de María"




Yo nací envuelto en mantos limpios con olor olivo y a limón. Se puede decir que fui un milagro de la naturaleza, casi divino. Mi madre Consuelo, una mujer cincuentona harta de haber parido, me engendró en su vientre seco y estéril.
No fui una carga venida a deshora, mi sorprendente estampida en el mundo supuso, además del asombro de mis padres, el cuidado de un hijo nieto que, ahora la soledad de ambos, tanto ansiaban.

Cuando tenía dos años, tenía sobrinos de diez, y mis hermanas eran unas mujeres fuertes y seguras que me acogieron como un hijo más. Realmente cuando tuve conciencia de mi estatus en la familia, no logré ubicarme; ¿era tío o sobrino, hijo o nieto, hermano o hijo?
Así, crecí creyendo que era un enano venido de otro mundo, como mordazmente que explicaba mi sobrino Emilio.

Eran años de posguerra, de pobreza y miseria donde el hambre era tan frecuente como los días que pasaba entre olivos, morales, gatos esqueléticos y mugre.

Mis padres contaban con lo suficiente para apenas subsistir, pero aún así, yo era un niño privilegiado, que despilfarraba mi semanada gustosamente en curiosos peos enlatados que un vecino, apodado “El Tifón” vendía por un real. Este empresario inteligente, pronto prosperó en el negocio, y por devolverle la lata, añadía un resonante eructo que siempre olía a chorizo. Los niños hacíamos colas con nuestras viejas latas para oler tan preciado aroma.

Esa niñez limpia que ahora veo llena de risas y carcajadas me la recordaste tú, María.
Esas calles blancas por las que corría sin cesar, ese interminable campo de olivares, de frutos cuajados al sol dejados a su antojo, lleno de luz y de amigos, de fechorías, los he visto en tus ojos color cereza, la he vivido en tus recuerdos, la he vuelto a sentir fresca en mi memoria gracias a tu generosa sonrisa.
María, eso ocurrió cerca de la mitad de nuestras vidas, muy lejos de aquí.

Mi padre con sus impenetrables ojos azules y su pelo negro como el hollín, me hizo amar las ideologías, el gusto por un buen debate y el sabor ácido de la victoria y del silencio que unas palabras bien pronunciadas y adecuadamente entonadas producen.
Ese simpático abuelo, de interminable inteligencia, curtido por el frío y por el sol castizo, impregnó en mi esencia un indescriptible amor al campo.
Me enseñó sentir el inmenso placer que produce el sabor de la tierra recién llovida, la belleza que contiene una semilla, la fragilidad de los cultivos...

Alfonso, mi padre, amaba la tierra tanto como a mi madre, ambas le hacían sentirse libre. Las cuidaba con ternura, hablándolas dulcemente y acariciándolas hasta que, mujer y tierra abrían sus fauces y se entregaban a sus sabias manos.
“El poeta”, como así lo llamaban en el pueblo, tenía sobrada fama de justo y trabajador, hombre de muchas palabras y poca soberbia.
Mientras sus congéneres viriles demostraban su hombría con palizas y borracheras, este excepcional hombre regalaba a mi madre, noches de halagos inacabados y caricias con olor a tierra mojada.

Siempre he tenido la certeza de que ese amor desmedido fue la causa de que mi madre quedara en cinta cuando ya no tenía sangre para engendrar a un ser.
Ese deseo puro, esa felicidad compartida, esos secretos abrazos, fueron los que me concedieron el privilegio de nacer.
¡Cuántas veces he visto a mi madre esperar ansiosa la llegada de mi padre, enarbolando todo a su paso, riendo y musitando sin parar!. Cualquiera hubiera pensado que se trataba de una vieja loca, con su larga melena blanca desparramada, su piel tersa y firme y sus ojos llenos del brillo de la espera.
Esta fascinante mujer, olía a hierbabuena, sus besos eran pura miel, y sus caricias constantes; delicado aire. Al igual que la tierra era callada pero brava, sencilla y silenciosa.
Ha sido la templanza, la sonrisa, en definitiva, ese lado femenino que llevo tan dentro como el masculino. Todo un andrógino, María.

Esos años fueron una continua sensación de bienestar, de amaneceres tardíos a la maldad del hombre, faceta que hasta muy tarde no conocí.

Me fui haciendo hombre a la vez que mis padres se disolvían en un solo ser.
Así los veo ahora, riéndose a la par, comiendo al unísono, respirando un aliento compartido. Aunque solo reía ella, solo comía ella, solo soñaba despierta.
La muerte de mi padre enlutó la mente de mi madre, tanto amor es imposible sacárselo de encima. Por eso decidió irse con él aún en vida.
A pesar de sus deseos de volver a sentir a Alfonso, “el poeta”, abrazando su cintura, acariciando sus cabellos, susurrándole al oído, ella murió cinco años después.
Por entonces yo era el alma ausente de ambos.

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Virtudes Montoro López 2010

jueves, 8 de abril de 2010

Inconsciencia


A la sensación que no despierta conmigo a las siete
que se queda acurrucada en el caliente pliege,
dormitando vestigios y porvenires.

Al húmedo y trásfugo pensamiento
que en un momento,
se detiene y sigue veloz huída
dejándome el espectral vaho
de un chasquido tenue,
de un recuerdo olvidado.

Al instante fugaz en el que dos miradas se entremezclan,
surcan horizontes pálidos y decrecentan en ruinosas calles
erradas por la solemnidad del paisaje
que creen haber visto.

Al escalofrío que emana de algún sentido adormecido,
que reverbera y de pronto te despierta:
ígneo susurro.

A la quietud de una empecipada hoja moribunda,
ocre al compás de remolinos eólicos
danzarina voluntad de cortejos
y quietud en medio del silencio.

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Virtudes Montoro López © 2010

miércoles, 7 de abril de 2010

Eres...



Eres la porción de ti en mí en el hueco
que no alcanzan a cubrir nuestros cuerpos,
si enredados cohabitan en amasijo de abrazos.

La infinita arruga formada en la sábana de nuestra piel,
la desparramada cortina que flota divagando

entre gemidos de animal herido.

La luz del despertador que parpadea
guiñándole a la enamoradiza muerte,
una gota de sudor descalza que se estampa en el suelo,
se posa en mis pies y se evapora.

La misma madera forjada en alabastros confitada
con olor a canela y hierbabuena,
el pestillo herrumbroso de viejas argucias,
la mota de polvo que se deshilacha en miles de lucecitas

flotando, inmóviles en la gravedad de un tenue reflejo.

El cuadro que pende en la cabecera;
sinuoso y reptil colgante de tulipanes abrazados.

La comisura en la rendija del vitral que deja escapar
fluctuantes vaivenes de luz;
ópalos blancos
que se estrellan contra la pared


El estrecho colchón que chilla su inestable existencia,
el candil eléctrico que proyecta sombras chinescas y esparto,
Eres el habitáculo mismo donde, condesado de partículas tuyas
transcurre la alquimia de nuestros cuerpos.


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Virtudes Montoro López © 2010


martes, 6 de abril de 2010


En el vacuo relumbre amarillento
un folio se contorsiona en posturas imposibles;
las descalzas danzarinas revolotean impávidas, sumisas
al desdén de quién las descubre,
penden sinuosas en la misma comisura
y en el trazo firme de quién las aprisiona...

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Virtudes Montoro López © 2010