martes, 29 de mayo de 2012

Manteles a cuadros, rojos y blancos


Como la mal hechura que soy,
me fumo el tiempo pensando en el tiempo
Contemplo sin observar manteles a cuadros,
rojos y blancos,  sobre mesas sin patas.

Floto entre  mis propios mapas mentales:
inhóspitas carreteras despojadas de toda razón,
si acaso alguna vez ésta se lamentó  de verme
ya descansa tranquila, y,  aún,  más yo.

Contrahecha de porciones desubicadas
en una dictadura de soledad,
algunas veces ruedo hacia el abismo
Otras simplemente sueño,sin más.


Virtudes Montoro López © 2011

viernes, 25 de mayo de 2012

Mi secreto lunático

Fotomontaje:José Manuel Robles



  Pueda parecer que haya perdido la razón, la cordura o la sesera, pero lo cierto es que guardo un secreto a tres voces desde hace mucho tiempo. Ahora que lo pienso,  ¡en este caso seríamos tres los lunáticos, jajajaja,  no he podido escoger mejor adjetivo para empezar a desenterrar, por fin, este secreto compartido!

Todo empieza con mi incansable necesidad de observar la luna, y todo empezó hace aproximadamente unos veinte años.
Como si de una mujer loba se tratase, tenía la necesidad de asomarme  a la ventana de mi dormitorio y quedarme  un rato mirándola. Este tiempo se prolongaba si estaba llena, porque ya, de forma incipiente, podía ver algo parecido a un rostro humano en la cara de la luna. Las cuencas geográficas, o los mares de color oscuro que vemos desde la Tierra empezaban, tímidamente, a tornase en unas perfectas cuencas orbitales. Y, así, precozmente,  empecé a ver  en la misma cara que la luna siempre nos muestra, un rostro humano, pero como si la hubiese dibujado un niño, totalmente asimétrico, donde destacaban unos enormes ojos negros.

Cada veintinueve días, doce horas, 43 minutos y 12 segundos, tenía mi cita Plenilunia, y poco a poco, ese rostro infantilizado que veía, fue madurando y adquiriendo matices y rasgos cada vez más nítidos.
Hasta el día que, o bien, perdí la sesera o la recuperé, esto es algo que aún hoy ignoro. Lo que sé cierto, es que de repente la vi claramente; la imagen más espectacular que he visto en toda mi vida, y que sigo viendo, en la cara de la luna.
Con una mirada sensual captada minuciosamente en un intenso y fugaz parpadeo, con los labios entreabiertos lanzando un beso cósmico, ahí estaba el rostro de Marilyn Monroe. ¡Y, no me lo podía creer! La veía claramente, como en una fotografía en blanco y negro, posando perpetuamente.
Lo más increíble de todo esto, es que hasta ese momento no había sentido curiosidad ninguna por el personaje en cuestión. Distinto hubiera sido, si el rostro lunar  hubiera pertenecido a  Robert Mitchum, Manolo García, Patrick Swayze, Carmelo Gómez, Gerad Depardieu o a  Mandy Patinkin. Creo que no me hubiera causado tanto impacto, pero, lo cierto, es que era el rostro de Marilyn Monroe el que veía, y veo, sin saber la razón ni el porqué.

Después de comprobar que no estaba soñando, que no tenía nada en los ojos frotándolos concienzudamente,  y  que el aliento no  me olía a alcohol, desperté a mi hermana con  un –Yoli, hostias, despiértate, venga, tía- La “tía” no se despertó, esa noche no, pero hace tan sólo unas semanas lo hizo. Después me explicaré, porque ella es una de las tres únicas personas en el mundo junto a mí que vemos a Marilyn en la luna.
 La cuestión es que a la mañana siguiente, yo ardía por contárselo, y cuando por fin lo hice, me miró con incredulidad pero a la vez con mucha curiosidad, y acordamos ver juntas por la noche a la actriz y poeta. Mi hermana también posee una imaginación poderosamente creativa, por eso no se sorprendió demasiado cuando se lo conté (algunos estarán pensando que en mi familia andamos todos con un embudo en la cabeza y que a eso llamamos creatividad, que bien podría ser, pero no se puede determinar que ésto se produzca por una causa genética, ya que la otra persona implicada en las visiones, no comparte genes familiares).
Esa noche estuvimos mirando la luna casi dos horas. Mi hermana se achinaba los ojos, para según ella enfocar mejor la visión, a modo, según me explicaba de lentes,  pero por más étnica que se pusiera, no vio la preciosa cara de Marilyn. Ni esa noche, ni en muchos años, hasta hace unas semanas, cuando  me sorprendió diciéndome que había visto por fin a Marilyn. Yo ya la había dejado como caso perdido, pero no,  la logró ver.

Todo lo contrario me pasó cuatro años después de mi primer visionado, durante todo ese tiempo yo había seguido acudiendo a mi cita con Marilyn, me quedaba un rato mirándola, le sonreía, y me iba a la cama pensando en lo extraordinario que era lo que sólo a mí me pasaba.
Como decía, cuatro años después, conocí a Jose, no recuerdo cómo le dije mi secreto, pero, desde el primer día  intuí que era él la persona adecuada e idónea para decírselo, y no me equivocaba, él era Él.
Como Jose posee aún una imaginación más portentosa que la mía, (o si lo prefieren, es tan orate como yo), ni se inmutó cuando se lo conté.  Y cuando se presentó la oportunidad de comprobarlo, ¡Jose reconoció enseguida el rostro en la luna, la misma cara, con la misma expresión! -Jose, vamos a ver, ¿la ves?, ¿cómo tiene la boca? Entreabierta Virtu.  ¿Y los ojos? Están casi cerrados, en una pose muy sensual…Jose, céntrate, jejeje, bien, ¿y el pelo? Ligeramente ondulado, con el flequillo levantado hacia la izquierda-
Me quedé, cómo decirlo, quizá, ¿aliviada? Sí, aliviada, por sentirme  menos sola en el mundo y menos extraña. Menos distinta y también menos extraordinaria. Otra persona veía lo mismo que yo, si se trababa de una alucinación, estábamos alucinando juntos. Definitivamente, sí, él era Él.
           Este hecho ya es algo cotidiano en nuestras vidas, -Virtu, ven, mira a Marylin- Y nos quedamos un momento mirándola, juntos, desde  los trecientos ochenta y cuatro mil cuatrocientos kilómetros que nos separa, como si se tratase de  una instantánea más que capta y recorre toda nuestra vida en común. 
         Hace  tan sólo unas semanas, las tres únicas personas en el mundo que vemos el rostro lunar de Marilyn Monroe, nos juntamos, y en silencio, observamos su preciosa cara en un plenilunio que teñía de plata el mar, mientras mi cuñado, Gilber, se achinaba los ojos una y otra vez, intentando que la imagen de la que tanto le habíamos hablado los tres se le apareciese. Creo que pronto seremos cuatro los afortunados (o locos, como prefieran ustedes  llamarnos ).



Virtudes Montoro López © 2011