Las casas frías me dan espanto,
como las que cierran sus ventanas
Las que no tienen ningún cuadro
o las que cientos de éstos amasan
De las casas silenciosas, pánico
y de las que gritan y maldicen
y se llenan de flores de plástico
Odio las que plastifican todo
desde los sillones a los hijos
A las de pomos falsos de oro
y a las de tul y suaves visillos
Las casas que guardan las vajillas
para propósitos especiales,
tan patéticas como las sillas
que esperan posaderas reales
Las que cuelgan rígidos pimientos
cuando secos se fríen, me fascinan
especiando un olor tan verdadero
como el que me acompañó de niña.
En la casa de mi infancia no había vajillas nuevas,
ni pomos de falso oro, ni plastificadas hortensias.
Mi casa era caliente porque nos abrazábamos los pies en el brasero
y porque nos atizábamos bien, los cinco hermanos mosqueteros.
En mi casa había muchas ollas bullendo de caldos de huesos,
y las sillas se rompían por el uso de nuestros cuerpos.
Sólo había un cuadro, tan grande como la pared entera
con un paisaje recortado por un burro cargado de almendras.
A la casa de mi niñez vuelvo una y otra vez,
y aunque fui tan infeliz, no tengo, ni quiero,
otro sitio donde ir.
Virtudes Montoro López © 2011