sábado, 26 de junio de 2010

Ríos de papel mojado Virtudes Montoro López © 2010



Andrea, uniformada en un escueto traje de dos piezas que resaltaba su espléndida figura, sigue a un hombre de mediana edad, con propensión a la calvicie ya incipiente en la coronilla. Andrea atrae las miradas ajenas, tanto féminas como masculinas, es una mujer segura de si misma, autocomplacida por la vida que lleva. Es una mujer que sabe caminar provocando a su paso cualquier cosa menos la indiferencia.
Volvía a casa después de un año trabajando en Alemania, allí analizó las tendencias de la moda en el siglo XX, desde los años cuarenta hasta los noventa. El análisis social del cambio en la moda femenina, desde el glamour hasta la sordidez de la posguerra, quedó plasmado en una exposición fotográfica que alcanzó cierto prestigio. Andrea coordinó la exposición, y se sintió identificada con aquellas mujeres que veía posar, desprevenidas, clavándole sus miradas azules a través de los años. La sincronía de colores, desde los ocres de la primera galería de imágenes, hasta los vivos y cándidos de las décadas más cercanas, sorprendía a Andrea cada vez que recorría la exposición. Sus reflexiones se publicaban trimestralmente en la revista para la que trabajaba, "Expansión y Mujer". Con este último trabajo, Andrea sabía que no tardaría en volver a casa, bueno
a lo que quedaba de su casa.
No estuvo mal el año que pasó allí, le sirvió para medir en la distancia el punto exacto en el que se encontraba y hacía donde quería ir. Pensar en el amor como recompensa de ese año de soledad autoimpuesta, y para recomponer los trozos que como un puzzle, andaban sueltos en su vida. Sabía que no era fácil olvidar, pero pegaría los trozos aunque no encajaran.
Su rostro tropezó con un vitral, estaba cansada, su pelo teñido de rubio acanelado, como a ella le gustaba denominar al tinte número tres de rubio, estaba desmadejado y revuelto. Sus destemplados ojos, vulgarmente marrones que escondía tras una gafas que lucía para parecer intelectual, se asombraron a si mismos al reconocer que esas facciones eran las suyas propias. Angulosas, simétricas, perfectas, si, como su esbelto cuerpo que paseaba de sala en sala, hasta la sala donde por fin pudo fumar y pensar en algo que no fuera ella misma en la Terminal.




Sospecho que tiene tramado algo peliagudo. Ahora desmigará mi pasado, mis más íntimos secretos. Y ¿qué es eso de número tres de rubio?, rubio canela. Menuda envidiosa. Ventilará mis trapos sucios, usurpará mis pensamientos. Desde que ha dejado de golpear las teclas del ordenador estoy algo más tranquila, es incómodo sentir como te observan desde arriba, trastocando toda tu vida. Soy papel mojado, lo sé, desparramo tinta a mi paso, si, pero, ¿no es menos cierto que eso no le da ningún derecho a destripar mi vida a su antojo? Soy la antítesis de si misma, envidia mi seguridad y mi belleza, mi trabajo, tan intelectual. Quiere ser escritora, ¡ella si que es papel mojado! Está callada, sentada, mirando a través de la ventana por si le sorprende la inspiración, estiraza levemente los brazos y los acompaña de un suave bostezo. Me gusta mirarla, soy muy observadora, mi trabajo me enseña a serlo. Escrutinio su cara, sus gestos, sus tic, sus miedos. Se muerde el labio repetidas veces, y cuanto más nerviosa está, más se muerde y gesticula. Piensa en mí, en la mujer que soy y lo compara con la mujer que ella es, ¿pero soy algo más que una invención suya? Desde luego, no soy un personajillo de esos a medias tintas que camuflan el miedo de ser ellos mismos en complejos de inferioridad, en infancias repletas de dolor, muertes tempranas, amores ilegítimos. No me ha desgarrado ningún amor, y a mi casa no le pasa nada. Esa frase tan misteriosa "bueno o lo que quedaba de su casa". Ni tengo que recomponer nada, ni puzles, ni nada. Mi vida es rutinaria, soy un personaje sindicalizado, y harta, de que la escritora esta de medio pelo trastoque mi vida a su antojo, que me pierda en desgracias, en épocas remotas. Me niego. Solo quiero llegar a mi casa, en perfecto estado por cierto, disfrutar de la compañía seguro que me espera, y seguir las líneas de la historia que yo me marque. Pero me gusta mirarla, es tímida e insegura, ¡qué frágil! Me gusta entrometerme en sus pensamientos, sentir con ella y recorrer los vericuetos de sus recuerdos. Mientras aporrea las teclas y se muerde el labio, yo la miro detenidamente, serena. Así la contemplo, yo aquí, al otro lado del ordenador, fumándome un cigarrillo en la sala habilitada para ello en la terminal de Madrid, toda repleta de empedernidos fumadores, personajes de ficción que son trozos de papel y carne ficticia, como yo, pero de los que nadie escribirá nada. Los observo, fuman y fuman, vacíos de pasado y de presente, son relleno, como todo lo que hay en esta maldita Terminal. ¡Pobres tintas de otros mundos! Siento a través de mis poros lo que siente su piel, la conozco desde todos los ángulos, sé lo que lleva dentro, lo que discurre por entre sus pensamientos que van y vienen. Es curioso que intente escribir de todo menos de ella misma. Se esconde de lo que realmente siente, y prefiere sentir por otros, imaginar vidas ajenas, adornarlas, porque la suya ha tenido siempre pocos adornos y demasiadas dosis de realidad. Ama exageradamente a las dos mujeres que son el centro de su vida, su madre Milagros y su hermana Sofía. Aspira a ser como ellas, fuerte, sobria, valiente como su madre y noble, dulce y mansa como Sofía. Las admira y le hacen sentirse siempre envuelta en niñez. Son mujeres bellas, sin artificios, todo lo contrario de lo que soy yo, rubia número tres y mirada "vulgar marrón". Milagros es el ardor guerrero, la lucha, la constante en su vida. Es la mujer más fuerte que yo nunca he conocido, ni siquiera en congéneres mías, protagonistas de indeseables vidas he visto destellar tanta hondura en unos ojos. Es templaza y sabia mirada grisácea, inteligencia y servidumbre, extraña combinación, sí. A Milagros la vida le trató demasiado duro, demasiado para soportarlo y seguir viva. Demasiado para pensar en ello y no perder la cabeza. La entereza, la entrega, el silencio, las sabias caricias, tímidas e introvertidas como ella misma, han curtido el alma de la escritorcilla esta. Han vertido en su esencia la admiración por la fortaleza, por la resistencia, por superar todos los obstáculos, por querer ser cada día más semejante a esa extraordinaria mujer. Como animal herido, Milagros ha sabido lamerse las terribles heridas que han venido a surcar su frente en infinitas arrugas, y agazapada, entre su dolor y su infinita tristeza, ha sabido liderar su casa y mantenerla digna. Sin duda su amada Sofía, es otro referente básico para ésta, la admira tanto como a su madre, es compresiva, cariñosa, extrovertida y la única de las tres mujeres que no ha heredado hipocondría y otros males mentales, como apatía, miedo a conducir, miedo a morir por un ataque al corazón, por decir algunos. Pero algo se le está pegando, es natural, haber convivido con dos energúmenas que creen que van a morir de un momento a otro, no es sencillo. No es que una mujer como yo, con un carácter fuerte, independiente, realista, envidie a estas mujeres, lo que pasa es que las veo lejanas al esquema mental que tengo yo de la vida y por eso despiertan mi curiosidad. Mi familia esta compuesta por personajes de poca gracia y dones, acaso algún loco que hubo en la familia y que lo despidieron en el segundo capítulo, no puedo decir que admire a nadie si no es a quién cobra más que yo y escala más alto en poder. ¡Así soy yo, de cartón piedra! Hace bastante que no escribe nada, anda distraída en sus recuerdos que siento como míos, me ha dejado aquí fumando en la sala con estos personajillos que no importan a nadie. Creo que es demasiado esquiva, furtiva, más bien. Tiene miedo a todo, insegura, camina encorvando la espalda, como para pasar desapercibida. Su mayor miedo es la muerte. Imaginasen, yo que puedo arder en cualquier momento, ya ven, con este cigarrillo eterno que no se acaba, como me ha dejado, en un periquete salta una chispa y no queda de mí mas que el vaho de mi acanelado rubio de bote esparciéndose entre las páginas. Es trágico el miedo que siente, tal vez porque la muerte le ha trastocado la vida y ha perseguido a su familia. A menudo piensa como sería su vida si nada de lo que ocurrió hubiera pasado, si la muerte no hubiera estado rondando la casa como un enamorado empedernido.



Andrea exhala la última calada de su cigarrillo, cuando de improvisto su nombre retumba en la sala desde megafonía,-Andrea Villar Escobedo, preséntese en la oficina número siete-. Aplasta el cigarro en un cenicero atiborrado, y dedica una extraña mirada a los que se quedan en la sala. Decide primero ir al baño, retoca su melena, perfila sus labios y se jacta de su atractivo en el espejo que le devuelve una imagen totalmente fidedigna, altiva y sonriente.
-Oficina número 7, ¡por fin tendrán mi equipaje!, oficina siete, siete, a ver, ¡ahí está!- En vez de aparecer en la puerta el rótulo de "Equipajes Perdidos", aparecía otro que la dejó un poco aturdida, "Seguridad".
Insegura, cualidad que pocas veces Andrea hacía asomar, pegó dos golpecillos en la puerta. Enseguida, un hombre por lo menos de 1,90 cm. de alto, miró hacia abajo y se encontró con los grandes ojos marrones de Andrea que lo miraban desorbitados.
-¿Andrea Villar?, Si, pase por favor, siéntese-. Andrea escudriñó palmo a palmo la ridícula habitación. Una
mesa de un gris que pretendía darle un aire metálico, como todo lo que se respiraba en la terminal, separaba a
Andrea de este altivo hombre. Sus facciones duras eran remarcadas por un bigote ancho y cejas muy pobladas. En la mesa, un escueto cenicero cargado hasta arriba acompañaba a un bloc de notas y a un lapicero
desierto. - Bien, bien, señorita-. Su voz adquiría una fuerza desgarradora, mezclada por la erosión que el humo del tabaco le había conferido. -Vamos a ver, nos dice usted que ha perdido una maleta que provenía de Alemania, ¿no? Bien, que dicha maleta no desembarcó con usted, y que ha pasado desde entonces dos horas.
Bien. Déjeme terminar señorita. Vamos a ver como se lo explico calmadamente para que usted me entienda.
Su maleta no ha desaparecido, ni antes ni ahora. Y escúcheme claramente, usted no lleva aquí dos horas,
usted efectivamente las lleva pero en calidad de retenida, como con los que ha compartido sala. En todo momento la habitación ha estado cerrada. Y ahora, cálmese, por favor, seguirá retenida hasta que se aclare el contenido de su equipaje, que me da a suponer que no va a ser fácil de aclarar. Nada de confusiones, todo está muy claro señorita Andrea Villar, muy claro. Deje de relatar, mire muchacha hay dos opciones, o colabora o directamente tenemos pruebas que la llevarían al trullo, ¿sabe usted lo que es eso? Pues bien, ¿me he explicado con claridad?-.
Andrea quedó muda. ¿Pero de qué hablaba el tipo ese? ¿De qué contenido? No entendía nada. Estaba asustada, realmente muy asustada. Miraba a todas partes, en todas direcciones, sobre todo clavaba su mirada al frente, como si fuera la protagonista de un culebrón, y mirando a cámara directamente demostrara sus extraordinarias dotes para la interpretación en el momento de mayor clímax y suspense.
Siguió al bigotudo por el estrangulado de pasillos, seguida a su vez del tipo con el que ella habló por primera
vez, y con el que no había sido muy correcta. Llegaron a una zona distinta, ocre, sucia donde no se cuidaba ningún detalle decorativo, ni siquiera higiénico. Todo era un compendio de desordenes y maletas tiradas por todas partes. Reconoció la suya abierta en una mesa siendo rastreada por unos tipos tan desagradables como este que la acompañaba. Iban de paisano, como el bigotudo, pero de lejos se sabía que eran policías.



Esto no se hace, desde luego que no. Ya me las venía yo venir, esta criatura no puede dejarme en casa, abrazando a mi furtivo amante consolándome de este último año rodeada de cultura germánica. Realmente me siento asustada ¿y si le da por escribir que soy traficante y lo que llevo en las maletas son kilos de droga de la más pura y refinada? ¿O que soy una asesina en serie y lo que llevo en la maleta son trozos descuartizados de algún germán que supuso que esa noche de calentón iba a triunfar con la despampanante rubia que lo miraba lascivamente, y ¡triunfó, vaya si triunfó! Es curioso, como de repente, he recordado lo que ella recuerda, y he comprendido porqué al escribir la palabra policía lo ha dejado de hacer y se ha sumergido en su mundo lleno de fantasmas. En vez de verme a mí custodiada por los policías, está viendo a su hermano Pedro, diez años atrás, esposado y llevado por dos policías que lo agarran de cada brazo. Pedro miraba serenamente a todos los que se encontraban allí, apenas entre familia y algún que otro amigo quince personas. Su mirada, era de un verde remoto, desconcertante, inquieto. Tenía la belleza de Milagros, serena y apagada, curtida por el sol y por una vida llevada al límite, erapeligrosamente hermoso. Así lo recuerda ella, inmóvil en aquel momento, inmóviles todos. En un digno silencio el féretro iba subiendo lentamente hasta la tercera fila de nichos. Las lágrimas se silenciaban en murmullos, él estaba nervioso, enérgicamente movía la pierna izquierda y daba hondos suspiros, apretaba los dientes, estaba intentando no llorar. No sabe ni cómo consiguieron que Pedro pudiera acudir, esposado y custodiado al sepelio de su hermano Ángel. Ángel quizás debido a su extrema timidez, o quizás a su inconformismo con todo, empezó siendo un niño su fatal aventura hacía la heroína, destruyéndose a él y a todos los que había a su alrededor. Paseó al mismo filo de la muerte hasta los veintiséis años, cuando cayó para el otro lado. Lo recuerda, tenue, presumido, pulcro lleno de espiritualidad. Compartió con él muchos años de cartas desde la cárcel, siendo ella una niña, y, él a los veinte años, un viejo. Lo mismo hizo con Pedro, cuando este estaba preso. Por eso, aunque sus dos hermanos pasaron la mayor parte de sus vidas en cárceles de toda la península, y apenas se vieron unos años, se conocían tanto como si nunca se hubieran separado. Milagros amó a su hijo Ángel de una manera distinta y más intensa que a los demás. Por su timidez, por su callada bondad, por la sabiduría que aparecían en sus aniñados ojos, por su sensibilidad. Era un ser profundo, místico que confundió sus pasos, solo eso. Pedro, imitó lo peligroso, Sebastián tuvo que huir de aquella casa que se le venía encima, y Milagros, Pedro padre, Sofía y ella tuvieron que aprender a reponerse de la muerte esperando otra. Pobres, pero dignos. Tanto que sus dos hijas fueron las únicas que se licenciaron en aquel barrio de ciudad que prometía pocas oportunidades. Y ese momento, ese silencio sepulcral se escuchó de nuevo. Pedro y Ángel, sus hermanos compartiendo ahora el mismo nicho, juntos de nuevo. El amor por Pedro ha sido el más vital de toda su vida, lo sé. Nunca ha vuelto a reír con las ganas y la fuerza con las que reía con él, ni le ha sorprendido la madrugada enfrascada en una conversación que duraba horas sobre el sentido de la vida. Eran almas gemelas, ambos lo sabían. Murió, así de la noche a la mañana, su cuerpo no aguantaba más, a pocos días de cumplir treinta años. Pedro, su mejor y más amado amigo, hermano, murió igual que Ángel, en su dormitorio acurrucados, en la casa donde crecieron y fueron, sobre todo, amados.


- Señorita, por favor acérquese, tome asiento. Le vamos a tomar declaración, y todo lo que ocurra aquí va a estar grabado-.Andrea se sentó, parecía calmada, cruzó las piernas y pidió un cigarrillo si eran tan amables.
Desde donde se situaba no lograba ver el interior de las maletas. Tras algunos preámbulos, el bigotudo, bloc en mano, empezó una perorata de preguntas. El tiempo exacto que había estado en Alemania, para quién, me repite el nombre de esa revista para la que según usted trabaja.
- Mire, le voy a decir algo entre usted y yo, váyanse señores, la señorita Andrea Villar y yo tenemos que hablar. Mire, le voy a ser sincero, esto no es tan grave, pero fíjese que sí es algo personal. Le pido que mire estas fotos, ¿reconoce que son suyas?- Andrea estupefacta miró las fotografías que le mostraba el bigotudo, efectivamente pertenecían a la colección,.
-Sí, son mías, ¿es un delito llevarse unas fotografías que por otra parte voy a donar a la revista?-
-Mire, siento haberle asustado, con el trullo y todo eso. Lo siento y espero que me sepa perdonar. ¡Dios mío!, mire, no doy crédito. Mi madre, fue una de las primeras mujeres que fue sola a Alemania para trabajar, mientras mi padre despotricaba sudor etílico por todas partes, ella se fue prometiéndonos que volvería.
Nunca volvió, yo no quería oír lo que iba diciendo de ella, y fíjese aquí la tengo, posando culona en bañador,
¡Mama, mama!-. El llanto se hizo insoportable.
Había unas cuantas fotos de la madre del lloroso, todas en traje de baño y un poco más impúdica que las demás. La modelo mandando un beso, un guiño, un beso a medias. Este hombre había tenido tiempo de hojearlas todas, y así estaba. -¡Mama, mama por qué no volviste, mama!-
Después de esta extraña historia surrealista, Andrea, volvía a casa, sonriendo cada vez que pensaba en ese pobre policía llamando a gritos a la madre que se fue a Alemania, y que en vez de trabajar en una fábrica de máquinas Singer, terminó de modelo de baja costura.
A veces se le escapaba una carcajada, y el taxista le dedicaba una burlona mirada. En casa le esperaba el abrazo tibio de ese amor ansiado.

domingo, 20 de junio de 2010

A Susana


Desde tu férrica mirada

Amas apasionadamente

Musitas sueños con la nada

Elevas en amor tu lente


Callas, y regalas todo

A los elegidos, ¡qué suerte!

De ser una de éstas, yo

De que me tengas en tu mente


Eres tibia, serena, fuerte

Conseguida mujer resuelta

Ante todo madre valiente

Me das todos los días fuerza


Compañera mía no rezas

Actúas con tu savia ámbar

Te quiero aunque ya lo sepas

Te quiero con toda mi alma


Virtudes Montoro López © 2010

jueves, 10 de junio de 2010

UN PRESO FASE III


FASE III


Llega un día en el que te paras a pensar en todo lo malo que has hecho y nos arrepentimos de corazón, pero, ¡a quién le importa eso!
Vivimos cada día con una sola ambición: ser libres.
Cuando llega ese gran día, todo es de color de rosa, ¡sí!, muy bonito. Es a partir de ahí cuando de verdad tienes que demostrar que esto solo te ha servido para un propósito; ser uno más en la sociedad. Crear un límite entre tú y el pasado.
Decimos que el pasado es pasado, pero la realidad es el pasado, y si no hagan la prueba. Jamás será lo mismo tenerlo lleno de tinieblas como tener uno de “jardín del Edén”.

Los hombres se definen como el “MACHO”, el dominante. La vida progresa, por qué entre barrotes todo se para y no progresa, ¿por qué esta marginación al progreso?
Yo pienso que si la realidad de aquí se mostrara a los de afuera, éstos llegarían pensar que aquí estamos en la edad de piedra.

Me gustaría mostrar al exterior ese momento de soledad y los barrotes. Qué penoso es sentir como día que pasa se muere algo que forma parte de ti. Es increíble cómo se llega a parar el tiempo entre muros.
Veo todos los días a gente mucho mayor que yo que llevan años, muchos años de condena y están igual que cuando entraron, sin arrugas, sin deformaciones en los rostros.
Es increíble pero cierto. Mi caso mismo, tengo veintiséis años, entré con veintitrés y nadie me echa más de veinte.
Me pregunto, qué elixir de juventud tiene estos malditos lugares que nos conserva el físico como el de unos críos que estuvieran empezando a vivir.
La verdad es que tenemos un interior de puro mármol, como si los años no pasaran por nosotros. ¡Qué duros nos hacemos entre cemento y barrotes!

Nos quieren enseñar a trabajar, a estudiar. Yo me he preguntado muchas veces ¿por qué no nos enseñan a ser personas?
Es impredecible saber convivir con los demás. La verdad es que no sabemos ni convivir ni con nosotros mismos. De ahí que cuando salimos nos queramos superar a los demás.

Hay que comprender la situación de cada persona. Volvemos al principio de la polémica sociedad.
Comprendo que la gente que dice “ten cuidado de aquel porque….”
¡Hostias qué después de estar X años sin hacer nada, tan solo comer y dormir que salgamos y nos den un desempleo!
Me pregunto, ¿para qué? Para NADA. Nos tiramos todo ese tiempo sin hacer nada y ahora salimos y seguimos sin hacer nada, con la ventaja que llega un día de cada mes y solo tienes que cobrar. Si ya de por hecho somos flojos, encima seguimos con la rutina de los años en los que no hemos hecho otra cosa que estar tirados mirando el techo de nuestros chabolos.
¿Por qué no, el Estado, nos da un puesto de trabajo? Hasta la sociedad nos miraría de otra forma.
Es bonito tener obligaciones, de las que estemos orgullosos, comprobar que somos iguales que los demás.
Yo pienso que la cruz la llevaríamos como un presagio que con el tiempo, y con una gran fuerza y personalidad podríamos superar esa tormenta de la que hablé, y de la que nosotros nos llevamos el peor rayo.

Deberíamos pararnos a reflexionar, y por supuesto, enseñar a las generaciones que vienen por detrás a evitar las malditas drogas y la marginación, que, como un puzzle, acaban formando la composición de estos penosos lugares, cementerios de hombres vivientes donde, una manera u otra, “EL TONTO SE HACE LISTO Y EL COBARDE VALIENTE”.




EMILIO MONTORO LOPEZ 29 DE MARZO DE 1997





miércoles, 9 de junio de 2010

UN PRESO FASE II


FASE II



Volvemos a la hora de estar con nosotros mismos, y nos preguntamos, ¿qué es lo que he conseguido de esta vida? Te respondes: NADA.


Somos personas que tenemos muchas cualidades, que somos listos, que le encontramos solución a lo imposible.
Se habla de una cárcel donde sólo hay incultos, analfabetos. Es verdad, pero también es verdad que al más inculto de aquí no le vas a engañar fácilmente. Estoy seguro que se engaña antes a un intelectual que al más inculto y analfabeto de aquí.
Es asombrosa la facilidad que un “inculto” tiene para ver el error que ha cometido, pero a la vez es tan ignorante para solucionarlo, que sus errores se quedan aparcados hasta que vuelve a cometerlos a través del mismo error.
Es ahí donde yo estoy de acuerdo con la sociedad, no se puede vivir en ésta cuando existe la chispa de ¿cuándo me tocará a mí?
No tratemos de ocultar la realidad entre unos barrotes, la vida debe ser enseñada tal y como es y sin ninguna tapadera.

Descubramos la palabra libertad. Tan solo se habla de ella cuando alguien de la “alta sociedad” ha sido secuestrado por un grupo de gente que son unos terroristas contra todos y contra la libertad democrática. Entonces empiezan: “que no se merece esto, que tiene mujer e hijos”
Entonces nosotros, ¿sí nos lo merecemos?

Sí, estamos de acuerdo que un delito hay que pagarlo, pero si solo se tratara de estar X tiempo entre rejas lo soportaríamos como hombres y mujeres. Pero cuando la justicia te condena ese X tiempo, no se reduce a esto, sino que te están condenando hasta la hora de tu muerte. Es una condena de por vida y, ¿quién te paga eso? Nadie.


¡Qué fácil es decir soy libre, voy donde quiero, tengo un rumbo!
Es bonito tener una ilusión, pero llega un día y te dicen; tú eres un ex convicto y te hundes como un barco en alta mar. Ya no hay ilusiones, futuro, ni tan siquiera tienes libertad, y vuelves a ser eso que un día te hacía sentir importante; cuando la gente te tenía miedo, y es aquí donde se forma el círculo de terror.
Te crees más que ellos, aunque en el fondo de tu ser sepas que has llegado a lo más hondo de la cloaca, pero te sientes grande.


Hoy por hoy todo tiene solución menos la muerte, entonces por qué ser más que otro ser humano. Se sabe que cada persona tiene su propio destino, su propio barco de la vida, ¿por qué querer hundir ese barco? Con lo bonito que sería que cada cual siguiera su rumbo

Desde pequeños se nos enseña a no meternos en el rumbo de nadie, pero parece que cuánto más grande nos volvemos, le vamos perdiendo el respeto a ese rumbo. ¿Qué tormenta nos invade para meternos en lo ajeno?

La vida que hay entre rejas te vuelve a enseñar, como si fueras un niño, a saber, o mejor dicho, a respetar el rumbo de otra persona. También se aprende a ser conservador, a no meterte en lo que no te importa.
He de admitir, que entre muros, falsedad y mentiras, hay una cosa que la sociedad de “ahí afuera” tiene que envidiarnos, y es a saber vivir con tu propia vida y no con la de los demás, y por encima de todo, a saber respetar a las personas. Con la conclusión de ser tú, y solamente tú, y nadie más,

Lo que la sociedad nunca podrá olvidar es que HEMOS TROPEZADO PERO NO HEMOS CAIDO.


UN PRESO MÁS.



Emilio Montoro López 29 de Marzo de 1997






martes, 8 de junio de 2010

UN PRESO




FASE I

Nosotros somos personas que por un motivo u otro, hemos perdido la libertad.

Es penoso mirar desde unos barrotes. Piensas e imaginas todo lo que hemos perdido.

Prometemos que no vamos a volver a desafiar al destino, mientras que ni nosotros mismos nos lo creemos, aunque esta promesa vive con nosotros día a día.

Criticamos a los de fuera, que en realidad son los que saben vivir. Nos decimos que sufrimos, ¿pero y las madres?

Nos adaptamos a la sociedad desde aquí, en cambio nuestras madres no se adaptan a la soledad de un plato vacio, de un cuarto oscuro, de unos zapatos llenos de polvo… ¡y decimos qué sufrimos!

Somos ignorantes hasta para ver la realidad de la soledad. Queremos solucionar los problemas de a fuera con tontas palabras que hasta los niños las evitan.

Entre llaves y cerrojos nos encontramos día y noche, aprendiendo a descifrar con la mirada, ¡sí, con una simple mirada! que aquél o aquellos toma o trae.

Qué duro es vivir veinticuatro horas al día en tensión, no llegamos a encontrar la paz interior.

Nos superamos con arrogancias, qué son el motivo por el que estamos aquí, mientras nos hacemos un mundo de mentira y falsedad.

Uno ve cosas que pone en evidencia un régimen tan duro como es la palabra “prisión”. Tantos millones de pesetas perdidos, ¿para qué?, si entramos y y volvemos a entrar.

Yo personalmente, me sitúo en cualquier pensamiento de una persona de “fuera”: ¿qué es lo que tienen estos sitios que vuelven?

Le echamos la culpa a la sociedad y a las drogas. Mentira, nosotros mismos somos los culpables, que no hemos aprendido la lección de la vida, una vida llena de obstáculos y barreras, que nosotros hemos evitado haciendo trampas. Cómo ley de vida qué es, las trampas se pagan.

Nos creemos que estamos en la cima del universo, y en realidad estamos por debajo de lo más bajo. Cuando nos queremos dar cuenta, nos están llamando para comunicar con nuestras familias, y nos dicen éstas, ¿hasta cuándo?

Y volvemos a las fantasías de nuestro pequeño mundo. Vemos a las madres con lágrimas en los ojos, el mundo se nos viene encima, y nos juramos no volver más. Pero en cuanto nos abren la última puerta que da a la primera libertad, se nos olvidan esas lágrimas, esas puertas, esos chabolos, esos días de de tensión, nuestro sufrimiento, todo lo malo que hay en estos lugares.

Pienso en todos los años que me he tirado entre cuatro muros, en los largos paseos en los que no he ido a ninguna parte, en todos los recuentos en los que he pasado de ser un número a una larga cifra, y de ésta a un toque de sirena que nos informa que estamos los que estamos y somos lo que somos.

He aprendido a ser oportunista, a ser víctima o a ser malo. Pienso en la cruz que llevamos a la espalda, la que llevó Jesús, y me digo si no es peor llevar la cruz de la sociedad a cuestas.

La cruz que te señala con el dedo, de ese que te da la espalda, del que te habla con miedo.

Somos personas iguales a las de ahí afuera, o ¿a caso tenemos tres ojos o cuatro piernas? Yo pienso que no, entonces por qué esa cruz, ¿por qué nos hemos equivocado a la hora de escoger un camino?, o, a caso, ¿es verdad que somos unos monstruos?

La verdad la tenéis los que estáis ahí afuera.

Tenemos que aprender a ser personas, a no guiarnos por el pasado o por los hechos, o tal vez sois perfectos, no.

Pienso que toda persona ha tropezado alguna vez con la misma piedra con la que he tropezado yo.

La historia es el día a día de la vida, que te enseña a ver las cosas de la manera que a cada cual más le conviene, sea para bueno o para malo.

Todos somos iguales, ¿por qué nosotros, los hombres y mujeres tenemos que ver esas diferencias, blancos, negros, buenos, malos, joder somos personas y como tal cometemos errores, o, ¿soy yo el único que ha cometido un error? Creo que no.

Entonces, por qué esta marginación, y volvemos a empezar de cero; mi conclusión es que todos somos iguales.

Ahora que veo mi libertad tan cerca, tengo que pensar en que la vida sigue, que el camino se hace más corto cuanto más largo es, que no puedo tropezar otra vez con la misma piedra. La vida continua, este yo aquí o esté allí.

Lo que si estoy seguro es que mi vida está ahí, sí, afuera, con los míos, con los que día tras día me han apoyado y no me han dado la espalda.

No puedo prometer nada, ya me he fallado a mi mismo muchas veces, y tan solo estoy seguro en esta vida de una cosa: QUE LA MUERTE ESTÁ TAN SEGURA DE SU VICTORIA QUE TE DA LA VIDA DE VENTAJA.

Un preso más.



Emilio Montoro López 29 de Marzo de 1997

domingo, 6 de junio de 2010

No prenderá la soledad


Me dijiste; no prenderá la soledad
Mientras brote la sangre entre mis venas
Tus palabras me mecieron en claridad
Acunándome entremusgo y piedras

Te miré, titiritando abrigada
Supe que nuestra sangre fluía junta
Iris grisáceo me penetró helada
Fundiste mi pura pena con la tuya
Cobijo mío: me enseñas la senda
La vela prendida que vacila sin luz
Me izan tus brazos, me aplomo blenda
Entre ellos duermo madre, en adultez
(como hija
no muerta
en aridez)


Virtudes Montoro López © 2010