lunes, 15 de febrero de 2010

AVAINILLADA NUESTRA AMISTAD SE MEZCLA



En la sinuosa veleidad de posados mares

revolcándose en especias furtivas,

húmedas al tacto,

se mezcló nuestra amistad en quimeras.

Ardió la incipiente vainilla destilando

brisa suave de canela y azúcar,

aromas demasiado sutiles para la codicia.

Se iban conjugando sabores de tu historia,

calco convexo de la mía,

mientras en un fuego de maderos

ardía menta, cáscara de limón

y jugosa pimienta.

Ardía como el primer día.

Amarillos folios atizábamos de cartas

que nunca leyó nadie,

creadas en noches tan solas

como ésta.

Éramos una pizca de sal en el océano,

desgranando la sequedad que nos unía.

Ardía el viento que calcinó

los despojos de falsas vestiduras,

se expandió el salitre avainillado

la menta ascendió como nube de algodoncillo azucarada

se nos humedecieron los ojos,

nos reconocimos intactos uno junto al otro.



Todos los derechos reservados
Virtudes Montoro López © 2010



sábado, 13 de febrero de 2010

SERÍA



Jalones cardinales, inflexibles puntos decisivos;
¿y si no te encuentro, y si te pierdes en la bronca
densidad de relinchares mundanos, atávicos señuelos?

¿De que me servís, brújulas sin norte?

Y si nunca te hubiera encontrado,
entonces, alcayata moribunda al antojo de férricas aguas,
sepultada en la quietud y en el silencio subacuático,
sería
si no te hubiese encontrado,
lámpara cubierta de telarañas al despojo de siglos,
inservible e inútil capa de polvo enmohecido
sería,
un rastrojo que arde sin más pretensión que esa,
nube de humo que asciende y desaparece
sería,
difuminado color de pincel mezclado en agua,
irreconocible tono ocre pálido indefinido
sería,
tierra seca y baldía, resquebrajada arenisca abandonada,
cerco solitario con empedernidos cuervos impasibles
sería,
si no te hubiera encontrado
lámina descolorida por el paso del tiempo
sería,
huella perdida que no será calcada ni remarcada:
embarrada pisada perecedera.
Sería,
si no te hubiese encontrado
en el desnudo camino,
y si no me hubieras prestado
tu mapa y tu destino.


Todos los derechos reservados
Virtudes Montoro López © 2010


ANSÍO MECERTE EN OLIVOS


Cosmografía de fusiformes relieves, ribeteados
de grises hondonadas con los que me acunaste
desnuda, en la mecida de tus palabras.
Tersa y pulimentada piel, arquitectura perfecta,
cobijo de mi inexacta niñez, cuando tú eras mi único mundo.
Fortaleza de raíces profundas e inamovibles,
desmesurada sabia que en ámbar se solidifica en mí.
Ansío tu universo de cal bañada en sol,
en el que tantas veces me has transportado:
maletín yo ingrávida, asida a tu pasado
cuando trepabas hasta un moral cuajado de acuarelas
y tu risa te acompañaba,
no ahora.
Cuando la blanquecina de casas se disolvía
en difuminados olivos, y confeti volátil anunciaban veranos
que tu perseguías risueña, ajena al futuro que te esperaba.
Cuando corrías sin parar detrás de raquíticos gatos
y te sentabas a la sombra solitaria de algún
lánguido y perezoso algarrobo para acariciarlos.
Cuando a canciones cubanas aguerridas te transportaba el viejo,
ahora tú, cartapacio testigo de los mundos lejanos de tu abuelo.
Ansío traerte la risa pueril que regalabas a cada cosa,
apaciguar tu dolor, mecerte ahora yo a la sombra de un olivo,
devolverte la inocencia y la sencillez de tu pueblo.
Ansío madre,
desenlutarte.

Todos los derechos reservados
Virtudes Montoro López © 2010

viernes, 12 de febrero de 2010

DELANTE DE UN PARAGÜERO


En el amembrillado olor de una mañana, destemplada la inconsistencia de lo efímero, delante de un paragüero deforme e incandescente, dedicamos un momento a mirarnos: decadentes, uniformados, a la salida del mundo que hoy avecina lluvia urbana.
Así, nítidos y estáticos, cómicos ante el vitral, despejamos lo que soñamos ser y nos apresuramos al vacío de la ciudad.
Anaranjada urbe de asfalto forjada, nos atrapa de improviso como monótonas figuras diminutas que aceleran el vuelo.
Igual que moscas, siempre estorbando, nos vamos haciendo hueco, entretanto desfilamos conforme al canto de sirenas y luces empedernidas.
Disfrazados argonautas enmohecidos y sedientos, somos réplicas idénticas sin fluir contínuo, vagar de siglos en cementos acerados; ¿nos quedará un trocito de tierra que lata pecho adentro?

Todos los derechos reservados
Virtudes Montoro López © 2010

Vaho en soledad


“El vaho se condesa en tus labios sin dirección precisa, mientras la escarcha se deshilacha entre tus dientes, simulando una sonrisa lacónica que nadie observa pero que yo no puedo dejar de mirar, fascinándome en la impenetrable curiosidad que dedicas a cada cosa.

Descuidados, yo cuesta arriba, tú cuesta abajo, somos dos desconocidos que cruzan el paso por una calle empedrada, majestuosa, que nos revela la imagen de nuestra desgranada urbe incendiada en diminutas luces.

Impresionados por la instantánea que posa ante nuestros ojos, detenemos el paso, y sin pretenderlo, uno junto al otro observamos en silencio el asfalto incendiado que resurge helado y febril.”

“Tú, cuesta arriba, detienes el paso para contemplar la anaranjada ciudad que desde abajo veía; curiosamente en el mismo instante en el que lo hago yo. Tu esponjosa bufanda solo deja visible unos acanelados ojos: ávidos y curiosos.

Formamos parte de la estampa, sí, un poco atípica, enmarcados en una tarde de diciembre, con la calina pegada a los huesos, afanados a nuestros abrigos de argonautas urbanos, como si saliéramos al universo, inmóviles y sedientos de compañía.

No puedo dejar de preguntarme qué haces aquí, qué estoy haciendo yo y, por qué siento que toda mi vida he estado esperando este momento. Nuestros cuerpos se estremecen no sé, si por la baja temperatura o por la cercanía que presentimos. Exhalo una bocanada de humo que se entremezcla con el frío y que se convierte en una inmensa nube tóxica”

“El humo de tu cigarrillo lo cubre todo en opaca transparencia. Me siento más cercana a alguien de lo que nunca antes he sentido; aquí anclados en el pasado, en vestigios de restos moriscos, en empedernida ascensión, viendo desfilar el pasar de la tarde. Mutilados en silencio nos decimos tantas cosas.

Somos dos figuras inertes, en aparente equilibrio, respirando un vaho que se convertirá en señuelo. Sabemos que nuestras vidas penden en desequilibro pero nos encontramos, por un instante, en el momento justo.

Finjo absorberme con las líneas de tejados crepusculares, cuando no dejo de pensar en ti y de mirar como te llevas el cigarrillo a los labios en minuciosa candencia. Entonces imagino cómo serás, qué harás, en qué pensarás.”

Sus miradas se cruzaron, tardaron un poco más de lo esperado en volver la vista hacia las luces de la ciudad, más de que se esperaba de dos simples desconocidos que tropiezan con los ojos de otro. Fue una mirada cómplice, serena, buscada y esperada.

Yo pasaba por allí, quizá, como ellos, adentrándome en las entrañas de un rincón urbano, en una tarde de domingo, solo.

Desde que bajaba por la cuesta los había estado observado, en un principio pensé que eran pareja, pero había demasiada distancia entre ambos, y además pasaban demasiado tiempo en silencio.

Ella tenía una bufanda peluda que le tapaba la boca, pero intuí que sonrió cuando ambos se miraron pausadamente. Él dejo caer al suelo un cigarrillo encendido por la mitad.

De nuevo, como hipnotizados se giraron, ella se destapo la boca y justo cuando pasaba por su lado, escuché como le pedía un cigarrillo. Ella ahora le sonrió ampliamente, y él se acercó para darle fuego.

Se atravesaron el iris mismo, cómplices en el vaho que compartían.

Bajé despacio, pensando en ellos, y sintiéndome más solo que nunca, buscando como ellos a alguien que rozara también mi vida.



Todos los derechos reservados
Virtudes Montoro López © 2010