sábado, 26 de junio de 2010

Ríos de papel mojado Virtudes Montoro López © 2010



Andrea, uniformada en un escueto traje de dos piezas que resaltaba su espléndida figura, sigue a un hombre de mediana edad, con propensión a la calvicie ya incipiente en la coronilla. Andrea atrae las miradas ajenas, tanto féminas como masculinas, es una mujer segura de si misma, autocomplacida por la vida que lleva. Es una mujer que sabe caminar provocando a su paso cualquier cosa menos la indiferencia.
Volvía a casa después de un año trabajando en Alemania, allí analizó las tendencias de la moda en el siglo XX, desde los años cuarenta hasta los noventa. El análisis social del cambio en la moda femenina, desde el glamour hasta la sordidez de la posguerra, quedó plasmado en una exposición fotográfica que alcanzó cierto prestigio. Andrea coordinó la exposición, y se sintió identificada con aquellas mujeres que veía posar, desprevenidas, clavándole sus miradas azules a través de los años. La sincronía de colores, desde los ocres de la primera galería de imágenes, hasta los vivos y cándidos de las décadas más cercanas, sorprendía a Andrea cada vez que recorría la exposición. Sus reflexiones se publicaban trimestralmente en la revista para la que trabajaba, "Expansión y Mujer". Con este último trabajo, Andrea sabía que no tardaría en volver a casa, bueno
a lo que quedaba de su casa.
No estuvo mal el año que pasó allí, le sirvió para medir en la distancia el punto exacto en el que se encontraba y hacía donde quería ir. Pensar en el amor como recompensa de ese año de soledad autoimpuesta, y para recomponer los trozos que como un puzzle, andaban sueltos en su vida. Sabía que no era fácil olvidar, pero pegaría los trozos aunque no encajaran.
Su rostro tropezó con un vitral, estaba cansada, su pelo teñido de rubio acanelado, como a ella le gustaba denominar al tinte número tres de rubio, estaba desmadejado y revuelto. Sus destemplados ojos, vulgarmente marrones que escondía tras una gafas que lucía para parecer intelectual, se asombraron a si mismos al reconocer que esas facciones eran las suyas propias. Angulosas, simétricas, perfectas, si, como su esbelto cuerpo que paseaba de sala en sala, hasta la sala donde por fin pudo fumar y pensar en algo que no fuera ella misma en la Terminal.




Sospecho que tiene tramado algo peliagudo. Ahora desmigará mi pasado, mis más íntimos secretos. Y ¿qué es eso de número tres de rubio?, rubio canela. Menuda envidiosa. Ventilará mis trapos sucios, usurpará mis pensamientos. Desde que ha dejado de golpear las teclas del ordenador estoy algo más tranquila, es incómodo sentir como te observan desde arriba, trastocando toda tu vida. Soy papel mojado, lo sé, desparramo tinta a mi paso, si, pero, ¿no es menos cierto que eso no le da ningún derecho a destripar mi vida a su antojo? Soy la antítesis de si misma, envidia mi seguridad y mi belleza, mi trabajo, tan intelectual. Quiere ser escritora, ¡ella si que es papel mojado! Está callada, sentada, mirando a través de la ventana por si le sorprende la inspiración, estiraza levemente los brazos y los acompaña de un suave bostezo. Me gusta mirarla, soy muy observadora, mi trabajo me enseña a serlo. Escrutinio su cara, sus gestos, sus tic, sus miedos. Se muerde el labio repetidas veces, y cuanto más nerviosa está, más se muerde y gesticula. Piensa en mí, en la mujer que soy y lo compara con la mujer que ella es, ¿pero soy algo más que una invención suya? Desde luego, no soy un personajillo de esos a medias tintas que camuflan el miedo de ser ellos mismos en complejos de inferioridad, en infancias repletas de dolor, muertes tempranas, amores ilegítimos. No me ha desgarrado ningún amor, y a mi casa no le pasa nada. Esa frase tan misteriosa "bueno o lo que quedaba de su casa". Ni tengo que recomponer nada, ni puzles, ni nada. Mi vida es rutinaria, soy un personaje sindicalizado, y harta, de que la escritora esta de medio pelo trastoque mi vida a su antojo, que me pierda en desgracias, en épocas remotas. Me niego. Solo quiero llegar a mi casa, en perfecto estado por cierto, disfrutar de la compañía seguro que me espera, y seguir las líneas de la historia que yo me marque. Pero me gusta mirarla, es tímida e insegura, ¡qué frágil! Me gusta entrometerme en sus pensamientos, sentir con ella y recorrer los vericuetos de sus recuerdos. Mientras aporrea las teclas y se muerde el labio, yo la miro detenidamente, serena. Así la contemplo, yo aquí, al otro lado del ordenador, fumándome un cigarrillo en la sala habilitada para ello en la terminal de Madrid, toda repleta de empedernidos fumadores, personajes de ficción que son trozos de papel y carne ficticia, como yo, pero de los que nadie escribirá nada. Los observo, fuman y fuman, vacíos de pasado y de presente, son relleno, como todo lo que hay en esta maldita Terminal. ¡Pobres tintas de otros mundos! Siento a través de mis poros lo que siente su piel, la conozco desde todos los ángulos, sé lo que lleva dentro, lo que discurre por entre sus pensamientos que van y vienen. Es curioso que intente escribir de todo menos de ella misma. Se esconde de lo que realmente siente, y prefiere sentir por otros, imaginar vidas ajenas, adornarlas, porque la suya ha tenido siempre pocos adornos y demasiadas dosis de realidad. Ama exageradamente a las dos mujeres que son el centro de su vida, su madre Milagros y su hermana Sofía. Aspira a ser como ellas, fuerte, sobria, valiente como su madre y noble, dulce y mansa como Sofía. Las admira y le hacen sentirse siempre envuelta en niñez. Son mujeres bellas, sin artificios, todo lo contrario de lo que soy yo, rubia número tres y mirada "vulgar marrón". Milagros es el ardor guerrero, la lucha, la constante en su vida. Es la mujer más fuerte que yo nunca he conocido, ni siquiera en congéneres mías, protagonistas de indeseables vidas he visto destellar tanta hondura en unos ojos. Es templaza y sabia mirada grisácea, inteligencia y servidumbre, extraña combinación, sí. A Milagros la vida le trató demasiado duro, demasiado para soportarlo y seguir viva. Demasiado para pensar en ello y no perder la cabeza. La entereza, la entrega, el silencio, las sabias caricias, tímidas e introvertidas como ella misma, han curtido el alma de la escritorcilla esta. Han vertido en su esencia la admiración por la fortaleza, por la resistencia, por superar todos los obstáculos, por querer ser cada día más semejante a esa extraordinaria mujer. Como animal herido, Milagros ha sabido lamerse las terribles heridas que han venido a surcar su frente en infinitas arrugas, y agazapada, entre su dolor y su infinita tristeza, ha sabido liderar su casa y mantenerla digna. Sin duda su amada Sofía, es otro referente básico para ésta, la admira tanto como a su madre, es compresiva, cariñosa, extrovertida y la única de las tres mujeres que no ha heredado hipocondría y otros males mentales, como apatía, miedo a conducir, miedo a morir por un ataque al corazón, por decir algunos. Pero algo se le está pegando, es natural, haber convivido con dos energúmenas que creen que van a morir de un momento a otro, no es sencillo. No es que una mujer como yo, con un carácter fuerte, independiente, realista, envidie a estas mujeres, lo que pasa es que las veo lejanas al esquema mental que tengo yo de la vida y por eso despiertan mi curiosidad. Mi familia esta compuesta por personajes de poca gracia y dones, acaso algún loco que hubo en la familia y que lo despidieron en el segundo capítulo, no puedo decir que admire a nadie si no es a quién cobra más que yo y escala más alto en poder. ¡Así soy yo, de cartón piedra! Hace bastante que no escribe nada, anda distraída en sus recuerdos que siento como míos, me ha dejado aquí fumando en la sala con estos personajillos que no importan a nadie. Creo que es demasiado esquiva, furtiva, más bien. Tiene miedo a todo, insegura, camina encorvando la espalda, como para pasar desapercibida. Su mayor miedo es la muerte. Imaginasen, yo que puedo arder en cualquier momento, ya ven, con este cigarrillo eterno que no se acaba, como me ha dejado, en un periquete salta una chispa y no queda de mí mas que el vaho de mi acanelado rubio de bote esparciéndose entre las páginas. Es trágico el miedo que siente, tal vez porque la muerte le ha trastocado la vida y ha perseguido a su familia. A menudo piensa como sería su vida si nada de lo que ocurrió hubiera pasado, si la muerte no hubiera estado rondando la casa como un enamorado empedernido.



Andrea exhala la última calada de su cigarrillo, cuando de improvisto su nombre retumba en la sala desde megafonía,-Andrea Villar Escobedo, preséntese en la oficina número siete-. Aplasta el cigarro en un cenicero atiborrado, y dedica una extraña mirada a los que se quedan en la sala. Decide primero ir al baño, retoca su melena, perfila sus labios y se jacta de su atractivo en el espejo que le devuelve una imagen totalmente fidedigna, altiva y sonriente.
-Oficina número 7, ¡por fin tendrán mi equipaje!, oficina siete, siete, a ver, ¡ahí está!- En vez de aparecer en la puerta el rótulo de "Equipajes Perdidos", aparecía otro que la dejó un poco aturdida, "Seguridad".
Insegura, cualidad que pocas veces Andrea hacía asomar, pegó dos golpecillos en la puerta. Enseguida, un hombre por lo menos de 1,90 cm. de alto, miró hacia abajo y se encontró con los grandes ojos marrones de Andrea que lo miraban desorbitados.
-¿Andrea Villar?, Si, pase por favor, siéntese-. Andrea escudriñó palmo a palmo la ridícula habitación. Una
mesa de un gris que pretendía darle un aire metálico, como todo lo que se respiraba en la terminal, separaba a
Andrea de este altivo hombre. Sus facciones duras eran remarcadas por un bigote ancho y cejas muy pobladas. En la mesa, un escueto cenicero cargado hasta arriba acompañaba a un bloc de notas y a un lapicero
desierto. - Bien, bien, señorita-. Su voz adquiría una fuerza desgarradora, mezclada por la erosión que el humo del tabaco le había conferido. -Vamos a ver, nos dice usted que ha perdido una maleta que provenía de Alemania, ¿no? Bien, que dicha maleta no desembarcó con usted, y que ha pasado desde entonces dos horas.
Bien. Déjeme terminar señorita. Vamos a ver como se lo explico calmadamente para que usted me entienda.
Su maleta no ha desaparecido, ni antes ni ahora. Y escúcheme claramente, usted no lleva aquí dos horas,
usted efectivamente las lleva pero en calidad de retenida, como con los que ha compartido sala. En todo momento la habitación ha estado cerrada. Y ahora, cálmese, por favor, seguirá retenida hasta que se aclare el contenido de su equipaje, que me da a suponer que no va a ser fácil de aclarar. Nada de confusiones, todo está muy claro señorita Andrea Villar, muy claro. Deje de relatar, mire muchacha hay dos opciones, o colabora o directamente tenemos pruebas que la llevarían al trullo, ¿sabe usted lo que es eso? Pues bien, ¿me he explicado con claridad?-.
Andrea quedó muda. ¿Pero de qué hablaba el tipo ese? ¿De qué contenido? No entendía nada. Estaba asustada, realmente muy asustada. Miraba a todas partes, en todas direcciones, sobre todo clavaba su mirada al frente, como si fuera la protagonista de un culebrón, y mirando a cámara directamente demostrara sus extraordinarias dotes para la interpretación en el momento de mayor clímax y suspense.
Siguió al bigotudo por el estrangulado de pasillos, seguida a su vez del tipo con el que ella habló por primera
vez, y con el que no había sido muy correcta. Llegaron a una zona distinta, ocre, sucia donde no se cuidaba ningún detalle decorativo, ni siquiera higiénico. Todo era un compendio de desordenes y maletas tiradas por todas partes. Reconoció la suya abierta en una mesa siendo rastreada por unos tipos tan desagradables como este que la acompañaba. Iban de paisano, como el bigotudo, pero de lejos se sabía que eran policías.



Esto no se hace, desde luego que no. Ya me las venía yo venir, esta criatura no puede dejarme en casa, abrazando a mi furtivo amante consolándome de este último año rodeada de cultura germánica. Realmente me siento asustada ¿y si le da por escribir que soy traficante y lo que llevo en las maletas son kilos de droga de la más pura y refinada? ¿O que soy una asesina en serie y lo que llevo en la maleta son trozos descuartizados de algún germán que supuso que esa noche de calentón iba a triunfar con la despampanante rubia que lo miraba lascivamente, y ¡triunfó, vaya si triunfó! Es curioso, como de repente, he recordado lo que ella recuerda, y he comprendido porqué al escribir la palabra policía lo ha dejado de hacer y se ha sumergido en su mundo lleno de fantasmas. En vez de verme a mí custodiada por los policías, está viendo a su hermano Pedro, diez años atrás, esposado y llevado por dos policías que lo agarran de cada brazo. Pedro miraba serenamente a todos los que se encontraban allí, apenas entre familia y algún que otro amigo quince personas. Su mirada, era de un verde remoto, desconcertante, inquieto. Tenía la belleza de Milagros, serena y apagada, curtida por el sol y por una vida llevada al límite, erapeligrosamente hermoso. Así lo recuerda ella, inmóvil en aquel momento, inmóviles todos. En un digno silencio el féretro iba subiendo lentamente hasta la tercera fila de nichos. Las lágrimas se silenciaban en murmullos, él estaba nervioso, enérgicamente movía la pierna izquierda y daba hondos suspiros, apretaba los dientes, estaba intentando no llorar. No sabe ni cómo consiguieron que Pedro pudiera acudir, esposado y custodiado al sepelio de su hermano Ángel. Ángel quizás debido a su extrema timidez, o quizás a su inconformismo con todo, empezó siendo un niño su fatal aventura hacía la heroína, destruyéndose a él y a todos los que había a su alrededor. Paseó al mismo filo de la muerte hasta los veintiséis años, cuando cayó para el otro lado. Lo recuerda, tenue, presumido, pulcro lleno de espiritualidad. Compartió con él muchos años de cartas desde la cárcel, siendo ella una niña, y, él a los veinte años, un viejo. Lo mismo hizo con Pedro, cuando este estaba preso. Por eso, aunque sus dos hermanos pasaron la mayor parte de sus vidas en cárceles de toda la península, y apenas se vieron unos años, se conocían tanto como si nunca se hubieran separado. Milagros amó a su hijo Ángel de una manera distinta y más intensa que a los demás. Por su timidez, por su callada bondad, por la sabiduría que aparecían en sus aniñados ojos, por su sensibilidad. Era un ser profundo, místico que confundió sus pasos, solo eso. Pedro, imitó lo peligroso, Sebastián tuvo que huir de aquella casa que se le venía encima, y Milagros, Pedro padre, Sofía y ella tuvieron que aprender a reponerse de la muerte esperando otra. Pobres, pero dignos. Tanto que sus dos hijas fueron las únicas que se licenciaron en aquel barrio de ciudad que prometía pocas oportunidades. Y ese momento, ese silencio sepulcral se escuchó de nuevo. Pedro y Ángel, sus hermanos compartiendo ahora el mismo nicho, juntos de nuevo. El amor por Pedro ha sido el más vital de toda su vida, lo sé. Nunca ha vuelto a reír con las ganas y la fuerza con las que reía con él, ni le ha sorprendido la madrugada enfrascada en una conversación que duraba horas sobre el sentido de la vida. Eran almas gemelas, ambos lo sabían. Murió, así de la noche a la mañana, su cuerpo no aguantaba más, a pocos días de cumplir treinta años. Pedro, su mejor y más amado amigo, hermano, murió igual que Ángel, en su dormitorio acurrucados, en la casa donde crecieron y fueron, sobre todo, amados.


- Señorita, por favor acérquese, tome asiento. Le vamos a tomar declaración, y todo lo que ocurra aquí va a estar grabado-.Andrea se sentó, parecía calmada, cruzó las piernas y pidió un cigarrillo si eran tan amables.
Desde donde se situaba no lograba ver el interior de las maletas. Tras algunos preámbulos, el bigotudo, bloc en mano, empezó una perorata de preguntas. El tiempo exacto que había estado en Alemania, para quién, me repite el nombre de esa revista para la que según usted trabaja.
- Mire, le voy a decir algo entre usted y yo, váyanse señores, la señorita Andrea Villar y yo tenemos que hablar. Mire, le voy a ser sincero, esto no es tan grave, pero fíjese que sí es algo personal. Le pido que mire estas fotos, ¿reconoce que son suyas?- Andrea estupefacta miró las fotografías que le mostraba el bigotudo, efectivamente pertenecían a la colección,.
-Sí, son mías, ¿es un delito llevarse unas fotografías que por otra parte voy a donar a la revista?-
-Mire, siento haberle asustado, con el trullo y todo eso. Lo siento y espero que me sepa perdonar. ¡Dios mío!, mire, no doy crédito. Mi madre, fue una de las primeras mujeres que fue sola a Alemania para trabajar, mientras mi padre despotricaba sudor etílico por todas partes, ella se fue prometiéndonos que volvería.
Nunca volvió, yo no quería oír lo que iba diciendo de ella, y fíjese aquí la tengo, posando culona en bañador,
¡Mama, mama!-. El llanto se hizo insoportable.
Había unas cuantas fotos de la madre del lloroso, todas en traje de baño y un poco más impúdica que las demás. La modelo mandando un beso, un guiño, un beso a medias. Este hombre había tenido tiempo de hojearlas todas, y así estaba. -¡Mama, mama por qué no volviste, mama!-
Después de esta extraña historia surrealista, Andrea, volvía a casa, sonriendo cada vez que pensaba en ese pobre policía llamando a gritos a la madre que se fue a Alemania, y que en vez de trabajar en una fábrica de máquinas Singer, terminó de modelo de baja costura.
A veces se le escapaba una carcajada, y el taxista le dedicaba una burlona mirada. En casa le esperaba el abrazo tibio de ese amor ansiado.

5 comentarios:

  1. Niza historia, así surealista misma.

    Niza blog, felicitaciones

    MARCIO RJ

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  2. Buen escrito, promete.

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  3. Delicioso,se me ha quedado corto, digno de "estirazar".....en una novela?

    ánimo!!!

    jorge vicent

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  4. Jorge, se quedó así, Andrea es muy celosa de su intimidad, y me ha dicho que no quiere que airee su vida. Ya la conoces, es mucha mujer, y tiene mucho temperamento.
    Un abrazo Jorge!!!

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