sábado, 10 de septiembre de 2011

Lloro una vida entera, la mía, ésa que no debería serlo, pero lo es.


“Preferiría hundirme un segundo en tus brazos que vivir cien años soñando hundirme en ellos”.

Al terminar de leer esta frase, dejó el libro caer en su pecho y abrazado a él, emitió un sordo quejido. “Preferiría hundirme un segundo en tus brazos….”, repetía una y otra vez, mirando al techo, varada en esas mismas palabras que no podía dejar de decírselas.

“Quizá nunca sea feliz y, ¿qué es serlo? Esto parece una pandemia, debemos ser felices, ¡DEBEMOS! En todos lados, en cualquier medio especializado nos bombardean con la felicidad, ¡ah, qué asco! Sé que nunca lo seré, feliz, quiero decir. Y sé que tú eres la causa. Me bastaría morir viendo tus ojos, un segundo, solo un segundo, para ver recompensada esta vida de mierda que llevo”

Dejó el libro caer sobre la mesa, pensaba que su vida era igual que el de la protagonista de “Mientras te espero”, Sara. Al igual que ella, no encontraba en su vida, ni fuera de ella, ningún aliciente para saborear eso que llaman felicidad.

“Siento un intenso deseo de estar muerta, de no levantarme, de que este sea el último instante en el que estoy aquí, de crujir en mil pedazos y desaparecer. Así es como me siento, no voy a camuflármelo a mí misma, hoy no”

Volvió a dejar “Mientras te espero”, este párrafo la había dejado estupefacta. ¿Es así como también se sentía ella? ¿Deseaba la muerte al igual que Sara? ¿Hasta tal punto llegaba su desesperación?

-Sinceramente, no lo sé. Un terremoto catártico, un espeso reflejo en un espejo sucio, una errante vida, eso es lo que ¿soy? ¿Soy una muerte anticipada? ¿Las ascuas de una vida distinta a la mía? ¿El resplandor de lo que pudo haber sido y no fue?

No, soy algo más, algo que me mantiene en pie, aunque me tiemblen las piernas del peso. En pie. ¿Me bastaría ver tus ojos reflejados en los míos para morir plena?-

Arrancó a llorar, como nunca antes había llorado, temblando por dentro, gritando una angustia vital que la consumía.

-Lloro una vida entera, la mía, esa que no debería serlo, pero lo es. No, no me bastaría, ni hundirme en tus brazos. No, no quiero morir si no te tengo, no quiero regalarte lo que no es tuyo, ni mío. No eres tan grande, ni tienes tanto poder sobre mí. Eres la ridícula excusa que he inventado para ser una infeliz.-

Yo la observaba en silencio, desde mi ordenador, separado de ella por una mampara de vidrio. El informe del diagnóstico me mantuvo unos minutos ocupado, por eso le dije que tardaría unos minutos en atenderla. Mientras, ella leía con tal devoción, que me entretuve más de la cuenta mirándola.

Dejé de escribir cuando empezó a llorar y a balbucear. Me quedé quieto, como si un solo movimiento mío fuera a desvanecer el momento.

Lo cierto era que no podía dejar de mirarla, de sentir su propia agonía como mía. Como si mi tristeza se hubiera propagado al igual que una banda de virus y la hubiera alcanzado a ella, de lleno.

Desde que las pruebas analíticas confirmaron el diagnóstico no podía dormir, apenas me entraba la comida y andaba distraído, revuelto. No me atrevía a redactar el informe hasta que llegó el día de la cita y tuve que hacerlo en ése último momento.

Yo presentía que ella ya sabía los resultados, por eso comprendí que lloraba su vida entera, esa que no debería haberlo sido, pero lo era. Ésa que tuvo que vivir a mi lado, y que ya nunca viviríamos.



Virtudes Montoro López © 2011

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