sábado, 17 de abril de 2010

EL MEJOR REGALO DE NAVIDAD: ALEJANDRO MONTORO OSUNA


El agudo sonido del timbre me sobresaltó. No era ni un día ni una hora habitual para esperar visitas. Toda mi familia estaba reunida en torno a la mesa del comedor. Esa era nuestra costumbre de la Nochebuena. Cada uno de nosotros ponía algo para que la cena y la noche fueran perfectas. Me levanté, pidiendo disculpas, de la mesa, y recorrí el lúgubre pasillo del piso de mis abuelos en dirección a la puerta. Durante el recorrido, fui pensando quién podría ser el que había llamado al timbre. Supuse varias opciones. Una vecina pidiendo algo de sal o algún requisito de ultima hora, niños pidiendo el aguinaldo, alguien que querría vender algo, algún familiar que se equivocaba de piso…Antes de llegar, me mire en el empañado espejo que desde siempre había colgado junto a la foto de mi difunta abuela en el recibidor. Tenía buen aspecto. Me había arreglado, cosa que no solía hacer. Me había puesto el traje de las ocasiones importantes, me había peinado y llevaba la corbata más elegante que encontré en el armario de mi padre. Me aclaré la garganta y, sin mirar por la mirilla, abrí de sopetón la puerta. De repente, la sangre huyó de mi rostro. Las piernas me empezaron a flaquear, todo el estómago se me revolvió y noté como el corazón dejaba de latir. Delante de mis atónitos ojos, inmóvil en el arco de la puerta se hallaba Sara. Estaba temblando, al igual que yo. Tenía el labio bañado en sangre. Un profundo corte se dejaba ver tras la manga de su chaqueta. Estaba despeinada, con numerosas marcas de golpes en la cara. En sus manos, manchadas de sangre seca junto con la mayoría de sus uñas rotas, llevaba jirones de lo que había sido una camiseta. Sin mediar palabra, me acerqué a ella y la abracé. Estaba fría como el mármol, y nada más entrar en contacto con mis brazos se echó a llorar. Lo intentaba disimular, pero la conocía demasiado como para creer esa pequeña farsa. Entre balbuceos, la escuchaba decir, hablando con el corazón en vez de con la boca, que lo sentía. Sin mover su cabeza, recostada sobre mi pecho, la resguardé en el recibidor y cerré la puerta. Una vez que me hube inventado una excusa con la que, a voces desde el final del pasillo, conseguí distraer a mi madre le robé unos minutos al tiempo y me senté con ella. No mediaba palabra, aunque en cierto modo no hacía falta. El silencio era muy amargo y para intentar arreglar algo, la metí a hurtadillas en el cuarto de baño. Calenté varias toallas con agua caliente y preparé la bañera. Poco a poco, con ayuda del botiquín para urgencias de mi tía, fui curando sus heridas. Con delicadeza, le limpié la sangre de la boca, le puse varias tiritas que funcionaban como puntos de sutura en los numerosos cortes. Le lavé la cara y las manos. Cuando más o menos estuvo lista, la desnudé de la misma manera que un padre desnuda a su hija. Puse toda la ropa sucia en el lavabo y la ayudé a meterse en la bañera. Después la sequé con la toalla mas decente que tenía y con algo de ropa que había cogido del cuarto de mi hermana, que más o menos tenía su misma talla y una camiseta mía, la volví a vestir. La abracé de nuevo. Esta vez pude sentir ya el calor de su cuerpo. Conseguí que hilvanara más de dos palabras seguidas. Mi padre otra vez, consiguió articular.Otra vez la historia de siempre, aunque ahora la taza acabó por derramarse. Su padre, había vuelto bebido a casa. Le había pegado a su madre, y en su vano intento por salvarla, le había pegado a ella también. El mundo se me cayó al suelo. Solo mirar la expresión de esos ojos de los que un día me enamoré, llenos de horror, angustia y desesperación, mi alma se rompía a cachos. Traté de consolarla. Hice que llamara otra vez al timbre, la hice pasar como si yo la hubiera invitado a cenar aquella noche. La presenté ante toda mi familia y le serví un plato lleno de comida. Trataba de ocultar su tristeza. Con la mirada algo perdida, probó un poco del plato que tenía delante. Sé que lo hacía solo por complacerme, ya que su apetito era inexistente. La cena tuvo algo de efecto, y un leve color sonrosado volvió a sus mejillas. Cuando hubimos terminado, les dije a todos que me iba con ella a dar un paseo, y salí de aquella casa. El frío y la humedad se respiraban en la calle, a pesar de que íbamos abrigados al máximo. Ella no preguntó a donde íbamos, pero yo simplemente le dije: “Te voy a hacer el regalo más bonito del mundo”. El tiempo parecía haberse congelado, y recorrimos durante un interminable periodo todas las calles y callejuelas del centro. La llevaba agarrada de la mano. No sé la razón, pero de vez en cuando notaba toda la vida y la juventud perdida que emanaba de su ser. Amparados por un bulevar de árboles sin hojas, que parecían observarnos desde su infinita paciencia, la llevé al punto más alto de la ciudad. Llegamos al sitio que tenía en mente. Era un mirador precioso. El manto de hojas secas, muertas, que crujían a nuestro paso, le daba a todo este sito un toque romántico. La fuente central, con la figura de un ángel con las alas desplegadas parecía darme la bienvenida a aquel paraje sacado de la rutina y de la prisa que envolvía al mundo moderno. Me senté en un banco justo enfrente de aquella fuente. Se veía toda la ciudad, levemente iluminada, como si el cielo fuera un gran techo del que colgaban lámparas estrelladas que rociaban a los edificios con su luz. A lo lejos se vislumbraba la Alhambra, en la que tras sus muros se podía respirar el alma de vidas pasadas. La luna, más bonita que nunca, presidía su trono central en el reino de la noche. La magia y la fantasía se mezclaban en perfecta armonía. Allí, inmunes al tiempo y a la vida, estábamos los dos abrazados, sentados el uno junto al otro. La miré a los ojos y le dije: “Aquí está mi regalo. Mi vida entera para ti, la tuya para mí, de la que juro que haré una existencia tan maravillosa como la de este lugar”. Una chispa de vida y de alegría se encendió en sus ojos. No hizo falta nada más. Agarrados de las manos, la besé con pasión. Fue un beso eterno, dulce. Sentí que no le podía pedir nada más a nadie. Las Navidades de aquel año las recordaré siempre.


ALEJANDRO MONTORO OSUNA


1 comentario:

  1. ESTE SI QUE ES UN ESCRITOR DE VERDAD, CON SOLO 16 AÑOS, RECIÉN CUMPLIDOS.

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